A la memoria de Edmundo Gómez Garza,
amigo dilecto e inolvidable,
fallecido en Saltillo el martes pasado.
El escritor español José Martínez Ruiz, nacido en Monóvar en 1873 y fallecido en Madrid el año de 1967, mejor conocido como Azorín, integrante de la célebre Generación del 98, de la que también formaron parte autores como Valle-Inclán, Baroja y Unamano, escribió más de veinte libros. Entre otros un texto corto por demás interesante, que aunque no tiene desperdicio por desgracia es poco conocido, al que simplemente tituló El Político.
Ese texto, publicado en forma de pequeño libro, contiene una serie de sabias observaciones respecto de quienes ejercen el oficio de la política, a partir de las cuales Azorín se permite darles recomendaciones, consejos y advertencias, escritas en prosa de fina factura y “no exentas de picardía y nobleza, tolerancia y disimulo”.
Desde la perspectiva de Azorín o conforme a la visión de sus tiempos, el seguimiento al pie de la letra de esa serie de recomendaciones permitirían distinguir a un buen político de quien no lo es. Por supuesto que tales consejos no se listan de manera desordenada o en forma de una larga y aburrida letanía, sino que se integran en un texto elegante, bien articulado, en el que el autor aborda el tema de manera sistemática en 46 breves capítulos.
El político –escribe- “no se prodigue ni en la calle, ni en los paseos, ni en los espectáculos públicos. Viva recogido … lo que mucho se ve, se estima poco; persona con quien a todas horas podemos comunicar, tendrá nuestra estimación, nuestro respeto, pero le faltará el matiz de severidad, ese algo que impone, ese aspecto que hace que deseemos, que ansiemos verdaderamente verla, hablar con ella, oir de sus labios tales o cuales opiniones”.
“Si queremos vivir bien y ahorrarnos muchos disgustos, achaques y aun enfermedades, debemos tomar con flema y sosiego nuestras cosas: debemos comer, vestir, ir de una parte a otra despacio. Lo que se hace precipitadamente se hace mal y a disgusto: grano a grano hinche la gallina el papo; poco a poco se va a todas partes”.
“Sepa conservarse el político en el fiel de la balanza. No pierda nunca el sentido del equilibrio. En el arte del gobierno, el equilibrio consiste en ser entero o condescendiente, según los casos… Téngase en cuenta que entereza en todas las ocasiones no puede ser, y que tampoco puede ser condescendencia en todos los momentos”.
“No estime el político un elogio en más de lo que realmente vale. Agradezca la buena voluntad de los que le elogiaren; pero por encima de los ditirambos, de las hipérboles y de los entusiasmos de sus admiradores, él sepa poner un ligero y amable desdén”.
“El político no debe nunca perder la sangre fría; permanecerá siempre impasible ante el ataque. En el Parlamento, en las reuniones públicas, muchas veces se verá blanco de la invectiva, de la cólera o de la insidia; él permanezca en todo momento sin mover un músculo de la cara, sin dar la más leve señal de irritación, de impaciencia, de enojo”.
“No sea el político excesivamente modesto; la modestia más daña que favorece. Si él tiene fuerza y habilidad, no las oculte, no quiera decir que no las tiene. Sea sencillo y natural: la modestia va contra la sencillez y la naturalidad. La vanidad es el exceso por más; la modestia es el exceso por menos. Si nosotros nos rebajamos y despreciamos, ¿no correremos el riesgo de que nos rebajen y deprecien los demás?” Hasta aquí Azorín. ¿Qué le parece?
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