Cervantes y la justicia a 400 años de su muerte

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En este 2016 en que se cumplieron 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, insigne escritor español, bien vale la pena recordar que hubo un hidalgo manchego de nombre Alonso Quijano, quien cuando frisaba la edad con los cincuenta años, se dio a la tarea de leer libros de caballerías con tanta afición y gusto que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprarlos. Fue así como llevó a su casa cuantos pudo haber de esos libros, explica Cervantes a sus lectores en el primer párrafo de El Quijote.

Se enfrascó tanto ese hidalgo pobre en tales lecturas, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio. Fue así como del poco dormir y del mucho leer se le secó el seso, de manera que vino a perder el juicio.

Entonces, perdida ya la razón, fue a dar ese personaje en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo: resolvió hacerse caballero andante e ir por todos lados a buscar aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes hacían.

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A saber, y ya con el nombre que adoptó de Don Quijote de la Mancha: cobrar agravios, desfacer tuertos, enmendar sinrazones, mejorar abusos, satisfacer deudas, rescatar doncellas, proteger viudas y, en fin, socorrer a los necesitados.

En otras palabras, hacer que en el mundo impere la justicia. Resulta por ello pertinente preguntarse cuál era el concepto de justicia que Don Quijote tenía.

Para tal propósito, vienen como de molde los últimos diez consejos que el caballero manchego da a Sancho Panza antes de que éste vaya a gobernar la Ínsula Barataria. El decálogo aparece al final del capítulo 42 de la II Parte de la fábula, y es como sigue:

“Nunca te guíes –dice a Sancho- por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida en los ignorantes que presumen de agudos.
(En otro artículo explicaré en qué consistía esta ley del encaje)

“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.

“Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

“Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

“Si acaso doblaras la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

“Cuando te sucediese juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

“No te ciegue la pasión propicia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio, y si le tuviesen, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.

“Si alguna mujer hermosa viniese a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

“Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

“Al culpado q ue cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”.


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