Celac, el espejo latinoamericano

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Desde que México impulsó con liderazgo regional y talento diplomático la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, en 2010, la cual fue finalmente formalizada un año después en la cumbre de Caracas, auspiciada por el presidente Hugo Chávez, el servicio exterior de nuestro país ha realizado un trabajo sistemático por tratar de bordar fino en un mapa continental que naufraga su construcción unida de futuro por divergencias ideológicas.

Si en aquel comienzo de hace una década el conflicto quedaba de manifiesto en el ríspido diálogo sostenido a nivel presidencial entre Colombia y Venezuela; ahora se reeditó con las expresiones públicas de profundo desencuentro que manifestaron los regímenes democráticos de Uruguay y Paraguay, con las acciones ilegales o ilegítimas de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y la propia Venezuela. Esto último en el marco de los trabajos de la Sexta Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Celac, celebrada hace unos días en México.

Las confrontaciones son una consecuencia natural de una región que prácticamente se ha partido en dos a lo largo de tiempo, como producto de la inestable convivencia de los sistemas de gobierno anclados en el pasado y que gustan del uso autoritario de la fuerza sobre sus poblaciones, con aquellos respetuosos de los valores democráticos y disciplinados a los contrapesos que sus respectivas constituciones les imponen. Una compleja vecindad si se considera además la debilidad institucional que caracteriza a gran parte de América Latina, condición que abona a la incertidumbre en la consolidación de proyectos de largo plazo.

Y es que, enfocándonos en las divergencias de esta última Cumbre, a Uruguay y Paraguay les asiste toda la razón. ¿Cómo conseguir una mayor integración política, económica, social y cultural de Latinoamérica, como se propone la Celac, cuando ni siquiera la totalidad de sus miembros respeta la democracia que el foro multilateral dice defender? Por lo observado en las respuestas de los presidentes Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro, los regímenes de Cuba y Venezuela aspiran a que sigamos sentados con la montaña de polvo bajo el tapete. Algo que por la más mínima decencia que buscamos para el futuro de la región, no puede ni debe permanecer impune.

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No puede ni debe permanecer impune porque en Cuba resulta inconcebible llamarle “revolución” a una dictadura, como quedó de nueva cuenta comprobado en la represión a las multitudinarias manifestaciones ciudadanas acontecidas en julio. Más aún, cuando la camarilla en el poder sostiene seis décadas de dominio sobre la isla sin posibilidad a ser confrontada en las urnas por un movimiento opositor. En el contexto expuesto, cada elección es una simulación de la cúpula del Partido Comunista de Cuba.

La brújula de Díaz-Canel está tan extraviada que quiso atacar a su homólogo uruguayo, Luis Lacalle, con la movilización ciudadana para la organización de un referéndum contra cierta legislación impulsada por su gobierno. Con ello, el cubano sólo terminó por destacar la dinámica democrática que vive la nación sudamericana. Eso sí, buenos para el tolete y malos para recibir la crítica —así se trate de la más superficial—, el mandatario cubano se salió de sus casillas cuando le recordaron en el foro la canción Patria y vida, la cual subraya la opresión que ejerce como jefe de Gobierno.

Quien también tuvo una cumbre poco afortunada fue el presidente Nicolás Maduro, al que Paraguay le recordó que no lo reconoce como mandatario por los cuestionables métodos con los cuales se mantiene en el poder. Llama la atención que el venezolano haya dado respuesta con la exigencia de debatir sobre democracia; porque si algo ha promovido Maduro entre los venezolanos son las prácticas antidemocráticas —por ejemplo, el desconocimiento que hizo a la Asamblea Nacional en 2017, cuando perdió el control de ésta— a fin de impedir que las urnas definan de manera libre el futuro de Venezuela. En Nicaragua son tan flagrantes los agravios a la democracia, que seguramente la delegación de ese país prefirió hacer oídos sordos a la crítica expuesta por Uruguay.

Con estos desempeños de poder sin consecuencias, no hay mecanismo multilateral que aguante conductas como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua, si lo que se quiere es construir corresponsabilidad para una prosperidad compartida y sustentada en valores democráticos.


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