Carnevale

A partir del siglo IV, la Iglesia católica reconvirtió los festejos paganos en fiestas religiosas.

Mijaíl Mijaílovich Bajtin (1895-1975) fue un teórico ruso cuya obra podría dividirse en diversas e importantes fases temáticas: sociología y marxismo; filosofía del lenguaje, lingüística y un periodo histórico-literario del que deviene su célebre ensayo Francois Rabelais y la cultura popular en el Medioevo y el Renacimiento.

Para el caso que nos ocupa hoy, Bajtin dice que la obra de Rabelais (1494-1553) puede ser la clave que permita penetrar en los espléndidos santuarios de la obra cómica popular de la Edad Media y el Renacimiento, que han permanecido incomprendidos e inexplorados; específicamente, la estrecha concepción del carácter popular y del folklore, a causa de la exclusión de la cultura de la plaza pública y también del humor popular en toda la riqueza de sus expresiones, la risa, por ejemplo, que se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época.

“Las imágenes rabelesianas, incluso ahora, siguen siendo en gran medida enigmáticas”, afirma Bajtin, y sugiere que “el único medio de descifrar esos enigmas es emprender un estudio en profundidad de sus fuentes populares”.

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Una de esas fuentes populares es el carnaval, una continuidad de los antiguos festejos romanos (saturnales), que se realizaban en honor al dios Saturno.

A partir del siglo IV, la Iglesia católica reconvirtió los festejos paganos en fiestas religiosas, como también reubicó en el calendario la Semana Santa, precedida de un periodo de cuarenta días (la Cuaresma) en los que se debían realizar actos de sacrificio y penitencia, entre ellos el ayuno y abstinencia.

Dicho periodo comenzaba el Miércoles de Ceniza, por lo que ésta era la fecha límite (en los siguientes cuarenta días) para poder comer de todo y divertirse.

Por este motivo se trasladó el jolgorio de las saturnales a los tres días previos al inicio de la Cuaresma, celebración a la que se llamó carnaval; su etimología proviene del italiano carnevale y éste a su vez del latín carnem levare, que significa quitar la carne, en alusión a la prohibición de comer carne los cuarenta días cuaresmales, según el periodista catalán Alfred López en su leído libro: Ya está el listo que todo lo sabe (366 curiosidades para descubrir el porqué de las cosas cada día), de editorial Léeme Libros.

De conformidad con el calendario religioso, el periodo de “carnaval” inicia el 6 de enero, día de la Epifanía (fecha que marca el final de las fiestas de Navidad), como en Austria y Baviera, y continúa hasta el Miércoles de Ceniza.

En esta temporada, con algunas excepciones, empiezan a organizarse carnavales en países de tradición cristiana.

Curiosamente, en diversos países la gente puede disfrutar de carnavales culturales: de la pintura, de la literatura, de la canción, de los videos…

Se caracterizan por el uso de máscaras, comparsas, bandas musicales, bailes de disfraces, desfiles de carros alegóricos alegremente ataviados.

Si bien en la mayor parte de los países latinoamericanos el carnaval es interracial, en Colombia hay un  curioso y muy antiguo carnaval andino denominado de Negros y Blancos, que se celebra los días 3, 4, 5 y 6 de enero. En algunos lugares de Alemania, la temporada empieza 11 minutos después de las 11 de la noche del 11 de noviembre, en tanto que partes de Francia y España se inicia el domingo de Quincuagésima (el domingo anterior al Miércoles de Ceniza, principio de la Cuaresma).

Se trata, nos recuerda Mijaíl Bajtin en evocación de François Rabelais, de la fiesta del humor popular y de la risa; de la fiesta hecha para todo el pueblo. “Durante el carnaval (cito al escritor ruso), no hay otra vida que la del carnaval”.

Por supuesto, siempre habrá despistados que ven en estos festejos (por ignorancia supina o estimulados por cierto ánimo libertino), la lisa y llana oportunidad no para divertirse, reír, bailar o disfrutar, sino para destramparse asidos al amañado y burriciego manejo etimológico de la palabra: carnevale.