Una decisión común que prácticamente todo mundo hace a diario, quizá varias veces al día, es si debe dar una moneda a quien la solicita. A causa del sistema capitalista o a consecuencia de incapacidades personales y sociales, cada vez hay más personas que extienden la mano para pedir una moneda como solución a sus carencias. Intentar hacerlo con cada persona que nos lo solicite puede requerir una pequeña fortuna.
Por motivos humanitarios y religiosos tendemos a extender la moneda que solicitan sin que necesariamente sea lo mejor, ni para ellos ni para la sociedad. Abundan las historias de organizadores de mendigos que controlan a quienes piden en los cruceros y mercados más concurridos. Y también de algunos que obligan a sus hijos a mendigar.
Hace poco sorprendieron en Cancún a un pedigüeño que decía padecer un grave mal, pero al ser llevado al hospital encontraron que estaba en excelente estado de salud. Interrogado confesó que con su ardid obtenía dos mil pesos diarios en su actividad. No es el único caso, hay muchos más. A diario vemos hombres y mujeres sanos, en edad de laborar que parece que solicitan sólo para poder satisfacer sus vicios.
Incluso Conan Doyle, el célebre autor creador de Sherlock Holmes, relata en una de sus novelas (El hombre del labio leporino) cómo un periodista se convirtió en pedigüeño profesional porque así ganaba más que como periodista. Hace siglo y medio escribió esa novela sobre un caso de la vida real. Desde siempre ha habido vivales que aprovechan la buena disposición de muchos para obtener recursos.
A pesar de que lo que relato pueda parecer una invitación a no dar ayuda alguna, es más bien a reflexionar sobre la forma en que podemos ayudar solidariamente a quienes requieren de nuestra ayuda. Apoyar con una moneda podrá aliviar la conciencia de muchos pero no resolverá ningún problema, ni de la persona que lo pide, ni de la sociedad, y perpetuará formas de vida que estamos obligados a superar.
Ciertamente hay personas, en especial de la tercera edad, que requieren de la ayuda caritativa de los demás para subsistir, pero es la sociedad organizada la que debe hacerse cargo de ellas. Quienes quieran apoyar a quienes en verdad lo requieran, investiguen cuales asociaciones de la sociedad civil -civiles o religiosas- son las idóneas. Ya sea que estén dedicadas a apoyar la educación, el fortalecimiento de la población rural, alimentar a quienes lo necesitan o a albergar a los sin techo.
La ayuda organizada es mejor que la individual. Lo que una agrupación bien dirigida puede hacer siempre es más útil que lo que haga un centenar de personas en forma aislada. Por eso es más útil apoyar a quienes ayudan que dar a quienes extienden la mano.
El Estado no puede estar ajeno de las tareas de apoyo a quienes más lo necesitan. Como no es tema sencillo, lo abordaré en una futura entrega para abarcar las muchas aristas que tiene.
Cada uno de nosotros debe ser generoso para aliviar necesidades de los menos afortunados. Pero en vez de dar la moneda a quien nos la pide, encontremos a aquella institución que pueda encauzar la ayuda de mejor manera.
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