Aterrizaje forzoso

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Las inversiones, la generación de empleos y los proyectos de movilidad por el NAICM no van a caer del lado capitalino, es la realidad.

Formalmente inició la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), pero no nos engañemos, es en realidad el nuevo aeropuerto del Estado de México.

Es un proyecto que aterrizará en cuatro mil 431 hectáreas del ex-Vaso Regulador de Texcoco, en las tierras mexiquenses de Eruviel Ávila.

Las inversiones, la generación de empleos y los proyectos de movilidad no van a caer del lado capitalino, es la realidad.

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Se beneficiará, principalmente, a la población de la entidad vecina, y del lado del Distrito Federal habrá un impacto económico considerable que las autoridades locales y federales no han terminado de comprender.

Y para muestra basta un botón. En la etapa de construcción se generarán 160 mil empleos, principalmente para trabajadores mexiquenses; pero una vez en operación, el NAICM generará 600 mil empleos fijos para el Estado de México y para el DF, por cada millón de pasajeros, podrían generarse tan sólo mil empleos directos y hasta cinco mil indirectos.

Lo anterior sin considerar todas las fuentes de empleo que se perderán en el proceso de reubicación del aeropuerto al sacarlo de la delegación Venustiano Carranza. Un impacto económico que no parece tener un plan de respaldo hasta el día de hoy.

Pero ahí no acaban los problemas para la ciudad, pues después queda la gran duda de qué hacer con el espacio que hoy ocupa el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).

Propuestas diversas ya han sido puestas sobre la mesa, como quienes quieren que las pistas de aterrizaje se conviertan en ejes viales para llegar al NAICM o la idea de aquellos expertos que recomiendan que se convierta en un área verde, al más puro estilo del Bosque de Chapultepec.

Bienvenidas todas las iniciativas y propuestas, pero lo que queda claro es que cualquiera que sea su fin, debe ser sujeto a un proceso de consulta exclusiva a los capitalinos, porque es nuestro y de nuestra ciudad. Ante todas las pérdidas que se anticipan en el panorama para los habitantes del Distrito Federal, lo justo y necesario es que el destino de las 780 hectáreas se refleje en un beneficio palpable y medible.

Pero cualquiera que sea su destino debe ser planteado como un proyecto que trascienda gobiernos, que no se busque que sea la marca de una administración, pues no les alcanzará y una vez implementado el nuevo proyecto, no hay marcha atrás.

Diseño de proyectos paralelos también deberán ser analizados. La movilidad hacia el Estado de México, por poner un ejemplo, será uno de los desafíos a resolver: cómo mover a los millones de usuarios y trabajadores a las nuevas instalaciones, que estarán fuera del Distrito Federal.

No cabe duda que el NAICM plantea al momento más problemas que soluciones, más beneficios para el Estado de México que para la ciudad. Y ante la incertidumbre de qué sucederá con el actual, los retos son mayúsculos y sin una adecuada coordinación de las autoridades locales y federales, con una amplia participación ciudadana, el aterrizaje podría ser forzoso.


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