Aniversario de ignominia

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Entre julio y agosto de 1928 el país vivió momentos muy dramáticos. El presidente recién electo –más bien reelecto- Álvaro Obregón, había caído asesinado antes de tomar posesión. El ejecutivo en turno, del cual desconfiaban hasta sus propios correligionarios obregonistas, había llevado su fanatismo anticlerical a grados de demencia. Por ello, vastas regiones llevaban ya dos años de una guerra sin cuartel que parecía no tener fin. Y llegó así el día del informe presidencial de ese año.

Un historiador coahuilense ha descrito el momento así: “En medio de un impresionante aparato de seguridad –había más ‘guaruras’ que público asistente-, Plutarco Elías Calles leyó su informe anual a la nación el día primero de septiembre de 1928. Su mensaje estaba lleno de grandilocuencia, y era ampuloso y confuso. La lectura duró tanto que un alto porcentaje de los presentes se hundió en un sueño más profundo que el causado por alguna poderosa substancia hipnótica o papaverácea”.

Sin embargo, los adormilados asistentes vieron fuertemente sacudido su letargo cuando oyeron decir al informante que al concluir su periodo constitucional se retiraría de la política, que en lo sucesivo serían más importantes las instituciones que los hombres y se daría paso a la formación de un partido político para agrupar en su seno a todos los elementos revolucionarios. Nació así, desde las alturas del poder, el partido que ha tenido como principal característica ser un órgano del gobierno y para la conservación de éste, al servicio de un grupo.

La creación pues de ese partido fue anunciada desde la tribuna misma del Congreso de la Unión personalmente por el Ejecutivo federal un día de informe presidencial, el 1 de septiembre de 1928. Y su fundación, seis meses después, tuvo lugar el 4 de marzo de 1929. Hoy se cumplen 87 años.

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Varios años después, en febrero de 1940, “ante una atónita legislatura de Guerrero, escogida por ignoradas razones para oírlo, el Presidente de la República (Lázaro Cárdenas), leyó un discurso extraordinario”, en el cual defendió desde su perspectiva la política seguida por su gobierno en materia agraria, petrolera, educativa y económica en general.

Ocho días después, en magistral documento que hasta la fecha se lee con gran provecho, el licenciado Manuel Gómez Morín hizo formidable réplica al discurso que “por ignorados razones” le fue a recetar el general Cárdenas “a la atónita legislatura local de Guerrero”.

En un pasaje de ese documento, Gómez Morín reprochó al Presidente que se refería él a ese partido gubernamental como parte de éste y no como representante de la nación. Y hace a continuación una elocuente definición de lo que es “la patraña de ese partido –dice- que no tiene un solo miembro voluntario, fuera de los que disfrutan de sus canonjías y beneficios; que derrocha fortunas procedentes de las arcas públicas sin dar cuenta jamás, por supuesto; que no es sino un indebido e ilegal apéndice del gobierno; que para el más insignificante acto público en el que necesite la reunión de unos centenares, siquiera, de personas, debe acudir a la coacción descarada o al pago humillante; que se volvió contra su creador en cuanto pudo hacerlo; que no tiene la menor vinculación con la opinión pública; que el Presidente, oyendo la opinión nacional unánime o por patentes motivos éticos, puede aniquilar en cualquier momento con sólo suspender el río de canonjías, de malversaciones, de impunidad, del mal uso del poder público con que ese partido se alimenta exclusivamente”.

Los ingenuos que creyeron que en su regreso al gobierno federal en 2012 ese partido, el PRI, sería radicalmente distinto, se equivocaron totalmente. Es básicamente el mismo de hace 87 años.


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