De unos meses a la fecha, Andrés Manuel López Obrador le ha querido dar otra vuelta a su imagen. Al sujeto intolerante, rijoso, autoritario a niveles irracionales —en un arranque desconoció a su hermano públicamente— quiere anteponer la imagen del hombre amable y simpático que queda bien con todos. El tío que espera uno ver en las fiestas familiares porque dice gracejadas y se ríe solito de sus chistes ante la mirada atónita de los demás.
AMLO tiene tantos spots que ha decidido hacer chistoretes y chascarrillos con ellos y con lo que se desprende de ellos. El famoso frijol con gorgojo, es ya una vacilada nacional. Lo mismo la frase de «no lo tiene ni Obama». Es lo que ha logrado colocar con más de un millón de spots: chistoretes. Pero va a ser difícil que se le crea que es un tipo simpático y bonachón. Aunque —ignoro las razones— insiste en presentarse como si desayunara payaso todos los días.
La semana pasada le dio una entrevista a Ciro Gómez Leyva en la radio. El hombre estaba al teléfono y a cada rato decía algo que consideraba gracioso y soltaba una risotada. «Es todos los demás y Morena, jajajaja»; «Lo mismo Chon, jejeje (se refiere a Chong)»; sobre Ricardo Anaya «yo le llamo a él, así al bote pronto, aprendiz de mafioso, jajajaja». «Te los peinan bien y les ponen moco de gorila y los vuelven mediáticos»; «segurísimo, o me dejo de llamar como me llamo, jajajaja»; «son dos millones 600 mil solovinos, jajajaja».
El tipo se ríe solo. Descalifica a medio mundo y luego suelta su chistín. Recuerda aquellos personajes que en las fiestas de jóvenes se ponen a bailar música moderna y hacen el oso pero ellos ni cuenta se dan. Finalmente no es malo que los políticos tengan sentido del humor. El problema es entenderle a sus chascarrillos. Por supuesto que de aquí a las elecciones presidenciales de 2018 las estrategias de cada uno de los suspirantes tiene que ir cambiando. No es fácil permanecer todo el tiempo diciendo lo mismo, pero es parte del modelo de comunicación política que tenemos. Cuando una persona como Andrés Manuel tiene más de un millón de spots al año, lo lógico es que sature y que su mensaje se pierda a base de repetirlo una y otra vez: cansa en lugar de llamar la atención, por eso solo quedan en la memoria los chascarrillos.
Las elecciones del pasado domingo también marcaron un banderazo a la contienda presidencial. ¿Qué cara veremos de Andrés Manuel? No lo sabemos porque la cambia constantemente, si va creciendo en preferencia se vuelve sonriente y amistoso, si no es así queda de él la esencia virulenta, primitiva y autoritaria que, en realidad, son los resortes que lo mueven. Por lo pronto, parece que seguirá en su faceta de comediante.
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