La única forma de aprender es discutir. Es también la única forma de hacerse un hombre. Un hombre no es nada si no discute.
Jean-Paul Sartre
Arrancaron las campañas. Los discursos de dirigentes y candidatos, sin ánimo de ser agorero de tragedias, se caracterizan por ser vacíos, repetitivos y plenos de lugares comunes. Profetas sin mensaje y propagadores de milagros sin abordar los grandes temas que afligen al pueblo de México. Descalificaciones e improperios con una nueva normatividad electoral que sólo es una buena teoría sin praxis y autoridades que ya cargan con estigmas de desconfianza y debilidad.
En el ánimo de contribuir al debate, me permito sugerir algunos temas, con antecedentes en la historia de México. Parto de un principio utópico: las campañas deben ser escenarios de grandes debates nacionales, de contraste de ideas de donde surjan luces que nos orienten y nos permitan predecir el desempeño de los representantes populares.
En 1550, Carlos V convocó a dos filósofos de reconocido prestigio y nombre: Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, entre otros destacados pensadores, para fijar las bases en las que deberían sustentarse las Leyes de Indias. Aún se conservan las 30 proposiciones jurídicas que expuso el procurador de los Indios. Este es el debate pionero sobre los derechos humanos con la influencia del humanista Francisco de Vitoria. El tema sigue siendo vigente: el respeto a los derechos humanos, lo mismo en Baja California que en Oaxaca; lo mismo en la Sierra Tarahumara que en Guerrero. Si hubiera alguna duda, basta leer el informe del relator de la ONU, que tan agresivas respuestas mereció de las autoridades mexicanas.
Otro tema un poco menos añejo (1823-24) es el debate entre Miguel Ramos Arizpe y Servando Teresa de Mier sobre federalismo. Desde el inicio de nuestra vida independiente nos definimos como federalistas, pero hasta el Constituyente de 1856-57 se fijó la regla de oro del régimen federal, el criterio para distribuir competencias, imitación literal de la enmienda 10 de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Dice nuestro artículo 124 constitucional: “Las facultades que no están expresamente concedidas por esta Constitución a los funcionarios federales, se entienden reservadas a los Estados”.
Esta regla ha sido inoperante. Hoy en día prevalece una enorme confusión en los tres órdenes de gobierno, lo que ha propiciado estructuras burocráticas paralelas y falta de señalamiento de responsabilidades. Nuestro ordenamiento jurídico sobre la materia permite la falta de rendición de cuentas, vacíos de poder y áreas intocables que protegen derechos adquiridos. Si bien siempre se incluye en las agendas políticas discutir nuestro federalismo, las decisiones se postergan y continuamos en la ambigüedad.
Toda Constitución establece el deslinde de lo público y lo privado, un viejo debate protagonizado por José María Luis Mora y Lucas Alamán. El primero sugería impulsar los cambios mediante leyes. El segundo, por el contrario, pretendía el respeto a las costumbres para que el avance se diera con lentitud, dada la dificultad para cambiar los principios y valores del pueblo de México. Disyuntiva de una gran actualidad, es la lucha del liberalismo contra el conservadurismo; de abrirnos a la competencia o retornar al viejo proteccionismo.
De ninguna manera pretendo agotar la temática. Hay otros muchos tópicos a ser abordados y que están pendientes en ambas cámaras del Congreso. Simplemente lanzo tres ideas en el afán de provocar y de incitar a los actores políticos a que enaltezcamos y dignifiquemos nuestra vida pública para beneficio de nuestra democracia y de nuestros ciudadanos. Algo debemos hacer en los próximos dos meses, pues no coinciden las grandes inquietudes de la ciudadanía con la oferta de los partidos a través de lemas de mercadotecnia.
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