Es la corrupción, estúpido

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Se percibe una política de oportunismo y de improvisación, que depende de las circunstancias y que acaba siempre por someterse a ellas.

De nada vale aferrarse a las tablas de un navío que naufragó hace muchos años.

 

Rosario Castellanos.

 

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Nuestra crisis es primitiva. No es consecuencia de la modernidad, ni siquiera es un ajuste a las nuevas circunstancias y retos del siglo XXI. Es añeja, surgió desde los intentos por orientar al poder hacia el bien común. Es una crisis de honradez, de conducirnos con respeto a la palabra, de actuar conforme a principios éticos, de rendir cuentas, de desechar la demagogia y la simulación.

 

Aristóteles decía que política sin ética no es política y que ética sin política no es ética. La política vive en permanente tensión entre principios y valores y actuación eficaz.  Sin ese equilibrio no es nada y eso es lo que hoy en día se percibe: una política de oportunismo y de improvisación, que depende de las circunstancias y que acaba siempre por someterse a ellas.  Nuestra crisis, pues, es de deberes. De simple rectitud que le da congruencia a la toma de decisiones. Una política que pueda hacer que la ciudadanía responda con confianza y con responsabilidad compartida. No es gratuito que en encuestas recientes el 70% de la ciudadanía opine que el país va por el rumbo equivocado, doce puntos más que en enero. Sólo el 27% piensa que va por el camino correcto, trece puntos menos que en ese mismo mes.

 

Se deteriora la legitimidad cuando el gobierno anuncia, por ejemplo, un presupuesto de base cero que demanda un riguroso ejercicio y que lleva tiempo aplicar. También se deteriora cuando se anuncia un nuevo recorte de 135 mil millones de pesos para el 2016. Sumado a los 124 mil millones del anterior, ya estamos hablando del 1.37% del producto interno bruto. Esto, además, nos lleva a incrementar el déficit, rompiendo la promesa de Enrique Peña Nieto de preservar el equilibrio en las finanzas públicas.

 

Hace algunos meses, el Presidente ofreció poner en práctica una justicia cotidiana. Esto es, la que tiene que ver con los trámites y los asuntos del diario vivir de los mexicanos. ¿Qué se ha hecho al respecto? Absolutamente nada. Habrá que sugerirle a Virgilio Andrade, secretario de la Función Pública, que deje ya de buscar explicaciones a los actos de corrupción por las casas adquiridas —lo cual es un ejercicio inútil— y que se aboque a mejorar el aparato gubernamental. Ésa sería una buena manera de cumplir con el deber básico de atender con un mínimo de sensibilidad y cortesía a los particulares. 

 

En breves días arrancará una campaña electoral. Ya hay indicios de que será una de las más ríspidas e ilegales. Los partidos políticos no tan sólo postularon un gran número de candidatos mediocres a la Cámara de Diputados, sino que están utilizando prácticas totalmente ilegales para hacer las campañas políticas, ante una autoridad que cada vez pierde más prestigio. En el caso del Partido Verde Ecologista de México —al que habrá que decir que no se le aplican multas, sino reducciones al dinero que el pueblo de México le otorga— es más que evidente cómo se burla y continuará burlándose de la ley y de las autoridades electorales.

 

En resumen, uno se pregunta: ¿se puede hacer en México política con honestidad? ¿Es factible que quienes llegan a los cargos públicos lo hagan sin incurrir en el uso ilegal de recursos económicos?

 

Ante la deteriorada credibilidad de los partidos políticos,  ¿alguno puede enarbolar una bandera con toda congruencia de vincular política y ética? 

 

Vivimos tiempos sumamente angustiantes, no nos podemos engañar negando la realidad. Por eso hay que empezar por lo elemental, exigir congruencia entre el decir y el hacer, ésa es la virtud por antonomasia en política, eso es lo que la ciudadanía debe exigir y con esa actitud debe racionalizar su voto para depositarlo a quien mínimamente garantice un buen desempeño en la tarea más delicada: la de representante popular.


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