Adiós al PAN

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El partido ha sido para mí una escuela y un hogar, una compañía, una idea, una motivación, una causa común que me dio sentido de pertenencia.

A mí el PAN me ha dado mucho, casi todo. En ese partido crecí y aprendí lo que sé de política. En el PAN di mis batallas juveniles, pinté bardas, repartí propaganda, combatí —con muchos otros— al PRI de la dictadura perfecta. En y desde el PAN pude ser testigo de la historia.

Entré al partido cuando todavía era oposición. Recuerdo que para llenar la lista de candidatos a diputados había que preguntarle a los amigos para ver si prestaban su nombre; era cuando la gente quería participar como representante de casilla (candidato era mucho arriesgar). Hoy en día es imposible ser representante de casilla: es una actividad para la que el partido contrata a “operadores”.

Hice campañas al “viejo estilo”: repartiendo volantes, pidiendo dinero en botes y pegando cartelones; también las primeras de televisión y las que incluyen toda la parafernalia comunicacional con internet y las redes sociales. Fui parte de los comités de campaña de tres candidatos presidenciales; dos ganadas y una perdida.

Trabajé en el partido cuando su sede era una casa con un baño para el uso de todos, empleados y visitas. Era una casa digna para una oposición digna, pero era una oficina insuficiente y pequeña para un partido que aspiraba a gobernar el país. También en el edificio actual. Una construcción moderna, grande, que puede ser el fiel reflejo de un partido moderno y grande, es más lo segundo que lo primero pero pienso que es mejor ese lugar para el partido que la “casita”.

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En el PAN construí amistades profundas y vi cómo la política, que tantas vidas y anhelos reúne, también destruye y separa por las mismas razones. El partido ha sido para mí una escuela y un hogar, una compañía, una idea, una motivación, una causa común que me dio sentido de pertenencia. Tuve el privilegio de ser su vocero en repetidas ocasiones. Lo representé lo mejor que pude. Nunca, jamás, pedí un puesto. Serví al partido donde se me mandó que lo hiciera.

Pertenezco a una generación de panistas que llegó hasta donde hubieran querido muchos. Considero que, por lo mismo, a algunos de nosotros —no a todos— nos toca hacernos a un lado y dejar que otros panistas lleven los derroteros del partido, lo hagan bien o lo hagan mal.

La militancia es una cuestión de convicción, por supuesto, pero también lo es de ánimo. Después de más de 23 años de militancia, considero que las batallas que libré con el PAN en el pasado —hasta hace muy poco— fueron las que me correspondían: alcanzar la victoria y retirarse con la derrota, porque en política ni la una ni la otra son permanentes y hay que saber cerrar los ciclos. El futuro pertenece a otros, a otra generación.

Tiene tiempo que no me parece casi nada de lo que pasa en el PAN ni de lo que se hace ni quien lo hace. No soy de los que piensan que todos vienen en sentido contrario. Quizá el que esté mal soy yo y el PAN es y debe ser algo distinto a lo que viví y a lo que pensé. Lo mejor es dejar la militancia. No pienso ser de esos panistas que viven de hablar mal del partido. Sé que el PAN pasa por uno de sus peores momentos, pero no me asusta: la descomposición es algo natural en los partidos que pierden el poder. También sé que hay miles de panistas que valen la pena y que sabrán sacarlo adelante, porque el PAN no es un puñado de aferrados a puestos directivos.

No tengo más que palabras de agradecimiento para el PAN. Me dedicaré a mi vida profesional: la consultoría en comunicación y política, así como la opinión en medios. No quiero que mi labor interfiera con en el partido o viceversa. A partir de hoy no tengo grupo, no tengo partido. Se puede hacer política desde otras trincheras y el partido es solo una de ellas.

Durante años respondí con gusto al grito de “¡pinche panista!” Ya no más.


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