Abuso de un lenguaje equívoco

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Por Alejandro Díaz

El actual régimen mexicano, sumamente hábil en comunicación, no lo es en su capacidad de gobierno. Al tiempo que ha descuidado la educación, la seguridad, la economía y la ecología ha desarrollado un lenguaje barroco que sobrepasa con creces las respuestas que acostumbraban los priístas (hasta el año 2000). Sin importar la gravedad de cualquier acusación, el tamaño de una catástrofe o el resultado de una auditoría, la primera reacción es descalificar al mensajero o catalogar las cifras que se mencionan como “invento neoliberal o conservador”, y decir: son ciertas, pero se exagera. “Todo es preliminar, toda observación tendrá respuesta”.

Por mucho sobrepasan el síndrome del que engaña mintiendo ante toda evidencia, cantan desde la tribuna mañanera sobre supuestos logros aunque la realidad diga lo contrario. Sin importar lo que en verdad sucede, el mensaje es positivo para sus seguidores, que disminuyen poco a poco pues se van dando cuenta de los engaños y de “los otros datos”. Quienes desde un principio no hemos caído en su canto de sirenas somos acusados de neoliberales o conservadores, a pesar de la contradicción de estos términos, y por tanto, desestimadas nuestras opiniones. No les importa la realidad a menos que se aproxime a la que les conviene.

Dedican tanto tiempo y esfuerzo a la comunicación que se les olvida gobernar.  En sus ansias por enviar mensajes, sus contenidos dejan mucho que desear (“él no teme al COVID porque su fuerza no es de contagio” o “no tiene caso vacunar a los niños”). No les importa sacrificar a la juventud permitiendo la distribución de droga sin límite alguno, con vía libre al crimen organizado. Su política de “abrazos no balazos” puede que haya multiplicado los abrazos pero no limitó los balazos; estos tres años de mal gobierno han producido más homicidios dolosos que en el período similar de los dos gobiernos anteriores ¡juntos!

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No le importó cancelar un aeropuerto que hubiera sido eje de la comunicación aérea en América Latina, cediéndole el puesto a Panamá, a un costo de miles de millones de pesos. Aunque en un principio despreció la pérdida porque sería ínfima comparada con lo ahorrado al no tener corrupción, hace un año la Auditoría Superior de la Federación valuó la pérdida en 332 mil millones, lo que despertó la furia mañanera. Aunque oficialmente se limitó a 113 mil millones, informes previos hablan de 465 mil millones. Pero sin importar cuál de las tres cifras es la correcta, aún no vemos ahorro alguno producto de la inhibición de la corrupción.

No hay forma de medir si hay o no ahorros por la no corrupción pues más de la mitad de las obras son asignadas directamente y no hay forma de comparar a corto plazo. Y para cuando la Auditoría Superior diga, pasado más de un año, que entre lo pagado hay inconsistencias, de pagos sin respaldo, sobre costos y anticipos nunca comprobados, ellos recurrirán a descalificaciones y distracciones como el pleito absurdo con España.

La única obra faraónica de este régimen que aparentaba tener cierta racionalidad económica es el Tren Transístmico de (Coatzacoalcos a Salina Cruz). Pero ahora nos enteramos que ese proyecto enfrenta problemas de calidad en el tendido de vías, sin que se hayan dado a conocer los avances en ambos puertos. Aquí aún no ha habido desmentido ni siquiera un pronunciamiento oficial. ¿Está acaso maquinando como decirlo junto con una excusa que lo exima de responsabilidad?.

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