2014

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“De la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero nos deja dirigir la otra mitad o algo menos…”, decía Maquiavelo. Para el florentino, la fortuna es la prueba de realidad del poder: el ácido o el combustible de la voluntad del hombre político. El príncipe que asciende al poder gracias a la fortuna y es incapaz de dominarla, sucumbe cuando ésta lo abandona. Es esa diosa que pone al poderoso en la circunstancia venturosa o en la desgracia. La materia prima de la política: los hechos imprevisibles que se deben aprovechar o evadir. La medida de la eficacia política es el cálculo para sacar ventaja de la situación favorable y la destreza para sortear el azar de las dificultades.

2014 es el año del divorcio entre la fortuna y el presidente Peña Nieto. Es el año de los nubarrones de aquel gobernador con estrella y a galope en la inevitabilidad, del candidato teflón que se limpiaba rápidamente percepciones y errores, del político reformista dotado de una envidiable habilidad para vencer las resistencias de los suyos y capitalizar el desconcierto interno de sus adversarios. La imagen del osado león y el astuto zorro se ha desvanecido. 2014 reveló la lentitud de sus reflejos, el peso de sus compromisos, la atrofia de su mando. Acosado por su entorno y maniatado por sus leales, el Presidente dejó de convocar, de persuadir, de gobernar. Se dejó maltratar por la fortuna. No interpretó con claridad sus designios ni encontró las salidas a sus caprichos. El Presidente espera ingenuamente a que el viento regrese a sus espaldas pretextando el complot de los intereses derrotados. No sabe o no quiere imponerse a sus circunstancias. Sigue siendo fiel a la fortuna que ya lo abandonó.

El partido del Presidente lo ha dejado solo. No me refiero sólo a la ausencia de respaldo explícito en el espacio público. En efecto, más allá de ocasionales baladronadas, pocos voceros salen en defensa de su gobierno. Bajan la mirada frente a la crítica, sin la mínima intención de hilvanar un argumento convincente para sostener las posiciones del priista que los regresó al poder. Se limitan a aplaudir sonoramente para estar en el ánimo del líder y, en consecuencia, en la próxima candidatura a gobernador. Pero el vacío del PRI que marca el 2014 es, justamente, su irrelevancia durante las crisis recientes. Crisis, así en plural. El partido en el poder ha renunciado a gobernar con el Presidente o a pesar del Presidente y su reducido círculo de confianza. El PRI únicamente obedece la instrucción de Los Pinos: esa nueva entidad con vida y voluntad propia, distinta y diferenciable del Presidente. Se han desentendido del gobierno que emergió de sus siglas, en las buenas y en las malas. No defienden las reformas porque nunca han creído en ellas o porque las miran con el recelo de las concesiones otorgadas a la oposición. No hacen eco de las explicaciones oficiales a las revelaciones o a los errores, porque no comparten la receta de esos improvisados asesores que desprecian la experiencia con la soberbia de la cercanía con el jefe. No hay referentes de liderazgo, cuadros visibles para los relevos, ideas para enfrentar la coyuntura, debates internos que inhiban las malas decisiones. El PRI de la segunda alternancia sigue confundiendo la lealtad con el servilismo. Sigue pensando que el gobierno los habrá de trascender, que el Ejecutivo federal es propósito mayor que la propia organización. Por eso prefieren guardar silencio.

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La confirmación de la potencia electoral de López Obrador y la pérdida del recurso moral de Cuauhtémoc Cárdenas definen el 2014 para el PRD. El caso Abarca, entre otros, puso en evidencia que la izquierda no está vacunada frente a la infección de la corrupción ni contra la infiltración del crimen organizado. Si el 2014 atestiguó la fragilidad del PRD cuando asume funciones de gobierno, también palpó su debilidad para asumir estrategias de cooperación con un régimen corruptor. El Pacto por México es el fracaso de la posición dialogante de la izquierda: dejaron entrar al PRI a su vida interna, se desdibujaron como oposición democratizadora y, además, pagarán los costos de la Reforma Fiscal que hicieron en solitario con el presidente Peña. El PRD iniciará 2015 en el peor de los escenarios: sin credibilidad política, bajo la sombra de sus fundadores y sin un solo ganancial de su viraje pragmático.

2014 es el año de la oportunidad perdida para el PAN. El año que pudo ser y que acabó en simulaciones opositoras. En un momento en el que la sociedad ansiaba una alternativa definida y potente, el PAN no pudo recuperar la imagen del partido honesto ni rentabilizar las evidentes diferencias en la forma de gobernar de la administración pasada. Sus esfuerzos por apropiarse de la autoría de algunas reformas quedarán eclipsados por su tenue resistencia a la Reforma Fiscal y por sus incomprensibles tibiezas para señalar los problemas de México. El PAN perdió, en el año de las reformas, de los desaparecidos de Ayotzinapa y de los conflictos de intereses, el arrojo de la denuncia, la conciencia de la alternativa, el valor de la cooperación crítica, el sentido de deber como oposición democrática. No fuimos, desafortunadamente, nada y en nada distintos.

2014 nos demostró el peso de la fatalidad y de los problemas por mucho tiempo acumulados. Es el año en el que los partidos perdimos el liderazgo para solucionar los problemas colectivos. El año de nuestra común fragilidad. El que aprenda primero la lección tendrá, sin duda, un mejor 2015.


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