¿Y la migración femenina?

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Quizá el dato más impresionante es el del rol que las mujeres juegan en su familia, en sus hogares en Estados Unidos. Mientras que en México 27 por ciento de los hogares tiene jefatura femenina, entre los mexicanos que viven en Estados Unidos esta cifra se duplica.

Hasta principios de los años 90 la migración era circular. Los migrantes iban y venían y en ese entonces la migración era esencialmente masculina. La mujer se quedaba en el lugar de origen, haciéndose cargo de los hijos, del hogar y viviendo de las remesas que la pareja le enviaba o traía consigo. Sin ser “la jefa del hogar”, asumía ese rol en virtud de la ausencia de la pareja. En muchos pueblos “no había hombres” y las mujeres idealizaban la migración a partir de los relatos de los varones. Sin duda en ese entonces, el proceso migratorio reproducía el modelo de subordinación femenina que los valoraba más a ellos.

El control rígido de la frontera que inicia en los 90 y que algunos políticos estadounidenses todavía insisten en fortalecer, tuvo como uno de sus impactos, seguramente no calculado ni deseado, contribuir a la transformación de esa circularidad. Venir a México y regresar a Estados Unidos se hizo más riesgoso y más caro. Así, el migrante hombre no tuvo más alternativa que la de quedarse en Estados Unidos y prefirió que la familia, particularmente la pareja, migrara también al país vecino. La migración dejó de ser para las mujeres una idealización, un relato y se convirtió en una realidad y, de manera natural, a la reunificación familiar siguió la migración femenina simple y llana y ya no necesariamente asociada a “seguir al hombre”.

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Por lo general hablamos de “los migrantes” como si se tratara de una categoría uniforme y única. Sin embargo, una de las perspectivas más importantes es la de género. Debemos responder a preguntas fundamentales: ¿Es igual la migración de las mujeres a la de los hombres? ¿Enfrentan los mismos problemas? ¿Reproducen allá el modelo de subordinación y menor valoración, que el que viven en México?

Hoy el número de hombres y mujeres nacidos en México que viven en Estados Unidos es prácticamente el mismo, si acaso ligeramente menor el de mujeres. En los años 90 alrededor de 300 mil mujeres mexicanas por año se iban “al otro lado”, alcanzando un máximo de más de medio millón en el año 2000. Hubo algunos años, sobre todo en los más recientes, que migraron más mujeres que hombres.

Mientras en los 90 el porcentaje de mujeres migrantes casadas, con la pareja en el hogar, era casi de 70 por ciento, en 2014 fue apenas del 48 por ciento. De las que tienen edad de trabajar,  92 por ciento están empleadas, producen y aportan significativamente.

A diferencia de los hombres que se desempeñan en varios sectores de la economía, poco más de 40 por ciento de las mujeres trabajan en servicios, con frecuencia en servicios domésticos, permitiendo así que las mujeres estadounidenses puedan desempeñar ocupaciones profesionales.

La migración femenina, tal y como se expresa hoy, representa un espacio de ampliación del poder de las mujeres. Allá se incorporan más a la actividad económica y dirigen en mucho mayor proporción sus hogares (casi el doble). Ciertamente aún no podemos hablar de una igualdad. Los hombres siguen siendo, aun allá, mejor pagados para ocupaciones similares, pero el avance es innegable.

En contraparte debemos reconocer otras realidades y desafíos, como la violencia intrafamiliar, que cruza la frontera, con riesgos y amenazas muchas veces mayores si la pareja cuenta con estatus legal y ellas no.

Como pasa con la migración en general, la migración femenina con sus claroscuros, es una gran lección para México y tenemos mucho que aprender de estas migrantes, y acompañarlas frente a sus desafíos y nuevas realidades.


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