Vientos de fronda

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Lo desagradable de viajar es el regreso a casa para ocuparse de los problemas cotidianos. Doblemente enfadoso resulta el retorno cuando el fuego abraza la puerta del Palacio Nacional.

Después de asistir a la reunión de líderes económicos de la APEC en Beijing y a la cumbre del G-20 en Australia, el presidente Peña Nieto debe tomar decisiones importantes y trascendentes. En México soplan vientos de fronda, en el aire se perciben olores de sublevación y el gobierno está obligado a sacudirse el pasmo en el que se instaló hace siete semanas.

Los mexicanos lo aguardamos esperanzados de que en su equipaje porte alguna iniciativa, de hondo calado, para encauzar y dar salida constructiva a la crisis política iniciada el 26 de septiembre. El cúmulo de errores y torpezas de las autoridades, muy bien aprovechados por quienes desde hace tiempo buscaban la oportunidad de poner en jaque al sistema político, han creado un escenario del todo impensable antes de la demoniaca noche de aquél día.

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“De la resistencia al poder” sugieren algunos promotores de los movimientos que con gran celeridad y entusiasmo buscan articularse para enderezar una alternativa al “orden” político deslegitimado por la corrupción y la violencia criminal. La clase política —con sus excepciones— desdeña la eventualidad de un tsunami insurreccional que podría barrerla. Sigue en lo suyo como si no pasara nada. Esto es típico de las decadencias. La mayoría de nuestros políticos sistémicos e institucionales no piensan más que en las elecciones del 7 de junio: en las curules, gubernaturas y alcaldías que les reportarán jugosos presupuestos para medrar, con cargo a deuda pública. Unos ya regalan televisiones digitales para convertirlas en votos, otros, como se ve en los anuncios del partidazo en el Estado de México, difunden mensajes delictuosos colocándole el sello del PRI a las entregas de apoyos de los programas sociales. Nadie los denuncia y todo se les tolera. El INE, nadie lo dude, si alguien llega a acusarlos los absolverá.

Hasta ahora la movilización de los agraviados e indignados —que no son violentos, anarquistas e incendiarios— recogen la comprensión solidaria de gran parte de la población, pero todavía no han logrado integrar un movimiento nacional sólido. Esta no es una buena noticia para nadie porque la mayoría repudia a los políticos que ellos interpelan. El discurso tradicional ya no sirve. Se necesitan hechos nuevos, acciones contundentes que logren frenar el derrotero que ha tomado esta crisis.

Algo de lo que podría oxigenar el ambiente y proporcionar un margen de relegitimación al sistema serían algunas medidas: aprobar en este mismo periodo legislativo las reformas constitucionales para crear el Sistema Nacional Anticorrupción ; renovar al gabinete, crear un gobierno de unidad nacional con representantes de la más alta calidad moral de la sociedad civil; sancionar a los corruptos, en primer lugar a todos los gobernadores y alcaldes ladrones coludidos con delincuentes.

Para las elecciones federales y locales de 2015 los partidos deberían presentar candidaturas con caras limpias, liderazgos sociales frescos, comprometidos a dignificar la función gubernativa y a limpiar la vida pública de México. De inmediato deben anularse las partidas presupuestales susceptibles de moches. Las campañas deben ser austeras. No más candidatos “artistas” y un proceso electoral costoso, grotesco y vacuo.

Tal vez con estas medidas podría nuestro sistema político tener una nueva oportunidad. Que las elecciones sean ocasión para regenerarse y así sanear nuestra cuestionada y agónica democracia que tanto esfuerzo nos costó conquistar. No hay tiempo. ¡Se agotó la paciencia!


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