Por: Carlos Ramírez
Como personaje de la lejana comedia de Woody Allen titulada El dormilón (1973), el presidente estadunidense Joseph Biden parece haber estado dormido durante treinta y seis años y despertado en el 2021. Su lógica imperial se ajusta a los viejos tiempos del imperio soviético en 1985 de Brézhnev, Andropov y Cherneko y antes de Gorbachov. Victorioso por culpa de Trump, Biden se asume como el líder del mundo occidental de regreso a retomar el poder.
Sin embargo, la correlación de fuerzas mundiales es diferente y el papel de Washington ya no es dominante. Biden quiere asumir el control del mundo, pero no puede resolver el problema de la migración ilegal hacia su país ni tampoco sabe cómo deshacer a los cárteles del crimen organizado que tienen el control delictivo en el 85% del territorio estadunidense.
Más que Putin, Afganistán o China, la prueba de fuego de la geopolítica de la Casa Blanca de Biden se encuentra en México. Luego de la Operación Intercepción de Nixon en 1969, en 1985 el presidente Reagan lanzó una impresionante carga política contra México que fue revelada y platicada por Bob Woodward en su libro Velo. Las guerras secretas de la CIA, para imponer la idea de México era, en ese año, el “siguiente Irán” de los ayatolas.
Desde entonces, los gobernantes estadunidenses prefirieron “trabajar”, cerca o lejos, con coordinación o por instrumentos, con México, a partir del viejo modelo de confiar en los gobernantes mexicanos para impedir una crisis mexicana que reventara las fronteras con migrantes sin empleo. La lógica se aplicó en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari con el Tratado de Comercio Libre, apresurado por el estratega de inteligencia John Dimitri Negroponte en funciones entonces de embajador de EE. UU. en México: el acuerdo iba a subordinar, sin conflictos y sin engaños, la nacionalista política exterior mexicana a los intereses estadunidenses, tal como se encuentra en el Memorándum Negroponte publicado por la revista Proceso en 1992.
México pudo transitar con los engaños de Fox a las presiones para comprometer al país en una guerra contra Irán por los ataques del 9/11 de 2001, firmó la Iniciativa Mérida con Bush Jr. en 2008 para ofrecerle a Washington algún involucramiento en la guerra contra los capos del narco en México. Con Trump se dio un doble juego: presiones públicas para obligar a Palacio Nacional a crear un muro de Guardias Nacionales contra la migración centroamericana, pero concesiones en lo político. Trump no operó en escenarios geopolíticos, sino en su enfoque empresarial de agendas concretas y de corto plazo.
Ahora viene Biden con el mandato, dice, de regresarle a EE. UU. el liderazgo del mundo: ya confrontó y acusó con dureza a Putin, le advirtió a China una guerra convencional, no quiere ningún trato –como los que tuvo Trump– con el norcoreano Kim Jong-un y va a apretarle a Irán. A México ni siquiera le dio tiempo de una reunión real bilateral para definir agendas, conversó de manera superficial con el presidente mexicano sobre la Virgen de Guadalupe, al final definió dos temas centrales de la agenda –migración y narcotráfico– y puso como responsable nada menos que a la vicepresidenta Kamala Harris como para significar que los hilos se moverán desde la Casa Blanca.
La agenda de México es menos totalizadora. El presidente López Obrador ha fijado sus temas de interés: apoyo tecnológico contra el crimen organizado, vacunas contra el COVID-19 y respeto a las decisiones nacionales de reconstrucción de la preponderancia del Estado en los temas centrales de electricidad e hidrocarburos, pero sin pasar por nuevas revisiones del Tratado ni llevar las quejas a tribunales contenciosos internacionales.
En el fondo, las nuevas relaciones bilaterales tienen temas fijos muy visibles, pero en el fondo se resolverán con juegos de fuerza personales. México aprovechó el vacío de poder durante la elección de noviembre pasado y el diferendo Trump-Biden para someter a control a las agencias extranjeras de seguridad y defensa, pero ahora EE. UU. responde con imposición de condiciones persiguiendo capos en Mexico por sus acciones en territorio estadunidense. Hasta ahora no se percibe que Biden y López Obrador hayan encontrado espacios de entendimiento; a diferencia del Trump empresario que negociaba agendas especificas, Biden quiere imposición de estrategias y la reconstrucción del paraguas bilateral de seguridad nacional.
Al final de cuentas habrán de existir entendimientos y acuerdos, pero pasarán por tropiezos. Biden quiso echarle a Mexico todo el peso de la Casa Blanca con la visita decidida de manera unilateral de la vicepresidenta Kamala Harris, pero en México encontrará respuestas más institucionales.
Ley de la Omertá
Las elecciones de junio próximo se darán en medio de un clima y de violencia criminal, sin que el Estado tenga toda la capacidad de control de la seguridad. Candidatos infiltrados por el crimen organizado, secuestros, asesinatos y sobre todo zonas del país capturadas por los delincuentes.
Se trata, para retomar once años después, de Elecciones en tiempos de guerra, libro coordinado por el politólogo Ernesto Hernández Norzagaray, de la Universidad de Sinaloa. En 2010 hubo candidatos, campañas y elecciones en medio de la guerra de Calderón contra las bandas del narcotráfico, pero hoy con escenarios en peores condiciones.
El dato mayor de hoy radica en el hecho de que la inseguridad no fue una variable en la designación de candidatos, lo que implicaría indicios de que las condiciones de copamiento delictivo de zonas de la republica se van a profundizar y a ampliar. Inclusive, hay candidatos que en posiciones anteriores fueron dejando indicios de, en el mejor de los casos, pasividad frente al avance en la consolidación de bandas criminales, si no es que en algunos casos pudo haber habido complicidad formal.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico.
@carlosramirezh
There is no ads to display, Please add some