¿Una ciudad progresista?

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Miguel Angel Mancera presume en todos los foros y declaraciones que la nueva Constitución de la CDMX será progresista y contendrá todos los “derechos” que los gobiernos del PRD han “logrado” para la población; se refiere sobre todo a la promoción del aborto y de las uniones entre personas del mismo sexo y a un conjunto de programas populistas y clientelares que inició López Obrador y que el PRD ha mantenido con el único propósito de tener el máximo control electoral.

Pero tenemos que preguntarnos si Mancera ha hecho de la CDMX una ciudad realmente con progreso, bienestar, seguridad y mejores servicios para la población y la respuesta es absolutamente negativa; por el contrario, se ha retrocedido en muchos aspectos que calificarían a una ciudad progresista.

La mejor muestra de este retroceso es la opacidad en la información que debiera ser pública. Así como López Obrador bloqueó la Ley de Transparencia en su momento y obligó a mantener reservada la información de la obra pública, Mancera continúa con la misma práctica; ahí están los ejemplos de la reserva de gastos de los segundos pisos y del megafraude de la L-12 del Metro. Pero lo que evidencia más la opacidad de esta administración, es precisamente todo el proceso para la redacción de la nueva Constitución.

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Todo parece indicar que Mancera negoció con el PRI la reforma para crear la nueva Constitución de la CDMX, con el único propósito de quitarle fuerza a López Obrador y establecer su propia plataforma para la presidencia; propuso un proceso aberrante y viciado de origen en el que el PRI y el PRD buscan una mayoría predeterminada mediante la designación de diputados por parte de las Cámaras, el Presidente y el jefe de gobierno. Designó a un grupo de “notables” donde no hay constitucionalistas, con un presupuesto millonario, para redactar un proyecto que le correspondería solo a la Asamblea Constituyente una vez electa. Pero lo más sintomático es que nadie conoce los contenidos de estos trabajos, muestra clara de la falta de transparencia.

Otro aspecto muy negativo es la corrupción en todos los niveles de gobierno; desde la tradicional mordida, el coyotaje, el condicionamiento de permisos para la obra pública, para el ambulantaje, las concesiones de transporte, etc, que hacen de la CDMX una de las capitales del mundo más atrasadas porque mantiene estándares muy altos de corrupción e impunidad.

En materia de transporte, se canceló el Plan Maestro del Metro; 110 trenes del mismo están fuera de operación por falta de refacciones y mantenimiento; lo mismo sucede con el Tren Ligero, Trolebuses y camiones de la RTP; en contrapartida, se mantiene el estatus de asociaciones de permisionarios con el sector más corrupto del transporte público concesionado que de acuerdo a la Ley, ya no debería existir. La transformación de permisionarios en asociaciones mercantiles está detenida y se permite circular a miles de microbuses y camionetas contaminantes, inseguras e ilegales. Por si esto fuera poco, se sigue tolerando a un número indeterminado de taxis piratas y sin placas.

En cuanto al manejo de la basura, la ciudad está peor que hace 20 años. El gobierno de la CDMX ha incumplido todos los acuerdos y normatividad ecológica para el cierre, clausura y captura de metano en el Bordo Poniente, que sigue abierto y provocando una severa contaminación al medio ambiente, además de una pestilencia insoportable en un amplio sector en torno al aeropuerto.

Ante la crisis de abastecimiento futuro de agua para la Ciudad, se carece de una hoja de ruta que enfrente esta grave situación; simplemente —como lo hicieron los anteriores jefes de gobierno—, hay que dejar pasar y que la bomba le explote al que venga. Es una vergüenza que la CDMX solo trate 6% de sus aguas residuales cuando en cualquier ciudad capital en el mundo comparable con la nuestra, se trata 100%. No existe ni se quiere por parte del gobierno, una agenda del agua, ni de energía, ni de mejoras tecnológicas, con visión metropolitana y de largo plazo.

Exigimos desde aquí transparentar y abrir la discusión sobre la nueva Constitución y debatir todo lo que implique mejorar la calidad de vida y bienestar de los capitalinos, especialmente para los más necesitados que habitan en la zona metropolitana; eso es ser progresista, lo otro, pura demagogia.


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