¿Tanto miedo le tienen al que sus torpezas han hecho crecer?

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El pasado 2 de septiembre, ante la clase política reunida en Palacio Nacional, el presidente Peña Nieto pronunció un largo discurso a manera de tercer informe de gobierno. Desde que el ejecutivo dejó de ir al Congreso con ese propósito se ha vuelto práctica anual llevar a cabo ese ejercicio palaciego con toda la pompa y circunstancia del caso.

En esta ocasión llamó mucho la atención y por lo mismo ha sido objeto de numerosos comentarios, la parte que el presidente dedicó al tema de la intolerancia, el populismo y la demagogia. ¿A qué venía a cuento? ¿Cuál fue el propósito o qué quiso decir o advertir Peña Nieto? ¿Qué tenía qué ver con el informe de gobierno? que no es otra cosa que dar cuenta del estado que guarda la administración pública del país?

Desde siempre al priismo le ha gustado ser misterioso y críptico. ¿Por qué, en especial cuando se trata del presidente de la República, no dicen las cosas con toda claridad, a la llana y sin rodeos? Ya no sabe el ciudadano común si se trata de decir algo sin darle la mayor importancia, para trivializar el tema, o si se trata exactamente de lo contrario, que es lo que la mayoría cree y teme.

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La actual generación no vivió y por tanto desconoce el trauma que la población sufría, no hace mucho como para que se haya olvidado, cada vez que era la fecha de un informe presidencial. No se cumplen aún cuatro décadas de aquel 1° de septiembre de 1976 en el que después de más de veintidós años de estabilidad cambiaria, desde la tribuna misma del Congreso el inefable Luis Echeverría anunció una devaluación demoledora de la economía popular y el oficialismo, que en aquella época ocupaba casi todos los lugares del recinto, puesto de pie aplaudió a rabiar la empobrecedora medida.

Y ya ni para qué mencionar lo ocurrido justo seis años después cuando en medio de gran teatralidad de López Portillo, entre lloriqueos, anunció también en el informe presidencial la nacionalización –en realidad estatización- de la banca, una de las peores y más torpes medidas de política económica que jamás se han tomado; tan fue así que apenas unos años después hubo necesidad de dar marcha atrás. Pero el daño se causó y el país nunca volvió a ser el mismo.

Ahora, en esta ocasión, qué pretende Peña Nieto al disertar sobre la intolerancia, el populismo y la demagogia. Además de que todo lo dicho sobre este trío de temas, manejados como uno solo, le puede resultar como traje a la medida a su gobierno, es obvio que la intención es otra. De acuerdo a la mayoría de los especialistas en la interpretación de mensajes cifrados, la perorata lleva dedicatoria a López Obrador.

En otras palabras, se trata de descalificar, por supuesto sin mencionarlo, a un potencial rival dentro de tres años. Entonces la cosa es grave. Porque en el lapso de cinco semanas dos diarios capitalinos, según encuestas, colocan al hoy innombrable bien posicionado en la carrera presidencial del 18, y ahora por lo que se ve las investigaciones y estudios de la instancia que más recursos tiene para este tipo de mediciones, cual es la Presidencia de la República, apunta en la misma dirección. Sin embargo, lo que más les debe angustiar es que el oficialismo, a dos años de distancia, a nadie tiene con la estatura suficiente para ser competitivo.

Ese es en el fondo el problema. Que ahora, antes de que la contienda inicie, no tienen con qué competir. Y aunque tuvieran, han sido tantas sus torpezas que desde ahora se ven fuera de la competencia. Por fortuna, hay otras opciones políticas capaces de enfrentar al que ahora ven como el peligro.


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