¡Sursum corda!

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Esta conocida exclamación es la frase de aliento con que se lanza un entusiasta llamado a elevar los ánimos por encima de las muchas adversidades de nuestros tiempos. Hay que contrarrestar el ambiente que hoy prevalece de depresión y pesimismo alimentados por la lectura diaria de periódicos y por noticieros de radio o televisión.

La información que se dispersa por todo el mundo está tan cargada de tragedias y derrotas que dejan como saldo sólo perspectivas envueltas en un oscuro escepticismo. Pocos son los que en Europa, EU o demás países se libran de tan funestos sentimientos. Por doquier se encaran cruciales retos lastrados por dramáticos sucesos y contrastes sociales.

Tampoco hay mucho de dónde inspirar optimismo. El fin del sistema económico que desde el siglo antepasado ha regido a los países no socialistas ya se anuncia en las calles, en las fábricas y en las zonas rurales.

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Las relaciones económicas entre los países están ya tensas. Se convocan conferencias internacionales intentando nuevos esquemas de gobernanza para responder a las cifras demográficas del siglo actual que seguirán aumentando.

Están en evolución formas de organización política y económica que pueden generar nuevos vínculos en que se articulen las fuerzas sociales para transformar la convivencia humana y para reorganizar energías de producción.

Hay contradicciones estimulantes, que emanan de las confusiones que vivimos donde convergen las más atroces versiones de viejos fanatismos con repugnantes distorsiones al lado de ejemplos de solidaridad humana. Hay una gloriosa ironía cuando presenciamos excelsas manifestaciones que brotan del fango de escenarios de atroz crueldad y de asesina discriminación racial o sectaria.

Por variados y contrastantes que sean los acontecimientos que vivimos hoy, resalta una cadena que los hila a todos y que es el interés monetario que todo lo enlaza. Los triunfos y los fracasos se tasan con la misma moneda.

Se han perdido los parámetros medidos en términos de valores humanos y sociales, diluyendo los que requerimos para aquilatar la realización del individuo o de la sociedad.  Reducir cualquier clase de éxito o avance a simple cuantificación monetaria resta el sentido más íntimo del acto de superar, por esfuerzo de convicción, los retos de la vida. Sintetizar los programas de gobierno a sus términos monetarios sin promover su sentido social hace que tales programas sean huecos e insuficientes.

En México, la situación es preocupante. Por una parte el panorama educativo, crucial factor de desarrollo, está devastado, sea por ignorancia en todos sus aspectos donde las no-políticas lo han situado, o bien por el vergonzoso nivel de la enseñanza. La educación en nuestro país es una maraña de intereses privados y públicos que requiere solución inmediata.

En lo económico continúa el desperdicio de recursos materiales y humanos que, por la falta de políticas firmes quedan sin apoyo las capacidades individuales.  Los trabajadores dependen para su empleo más del interés capitalista extranjero que del nacional. El desarrollo socioeconómico no surge de nuestra propia inspiración sino que se cuelga de lo que desde fuera llega. Las anteriores carencias sobreviven en el sórdido clima de violencia inhumana, reinado de las mafias, que a diario nos entregan nuevas pruebas de su criminal perversidad.

Este negro panorama sin amparo parecería inevitable. Afortunadamente, una visión histórica nos indica la existencia de una fuerza íntima y permanente que hace que el ser humano sea optimista y constructivo lo que viene a explicar que la evolución de las sociedades es real. La comparación de las circunstancias actuales con los escenarios del pasado deja un saldo positivo. Se ha avanzado en las instituciones protectoras del individuo en los últimos siglos. Hay más conciencia de los derechos y las responsabilidades del individuo frente a su sociedad.

Sin duda, todo lo que se ha avanzado en materia política y entrelazados sociales adolece de lo que hoy día se llaman “vulnerabilidades”. Pero una visión a mediano y largo plazo indica que la tarea de seguir de frente mejorando a diario nuestra comunidad nacional, es una sólida razón para apoyar nuestro patriotismo.

Por ello se impone exclamar: ¡Sursum corda!


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