Sigamos extrañando a Felipe

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Las declaraciones de quienes ganaron las elecciones presidenciales de julio de 2012 fueron triunfalistas en exceso, como de quien se siente cierto de saber el terreno que pisa. Anunciaron que el regreso del PRI a Los Pinos recuperaría el tiempo perdido al tener un gobierno que sabía lo que la población necesita, alcanzaría un 5% de crecimiento económico anual y daría mayor atención a las clases más desvalidas. Ofrecieron que en pocos meses se pacificaría el país, se reducirían los índices delictivos y el país entraría en una época de bonanza.

Ciertamente tuvo Enrique Peña Nieto un inicio muy exitoso en el plan comunicativo, además de lograr convencer a los dirigentes de los partidos opositores de apoyar las reformas estructurales como plataforma de despegue de la economía. Si bien las reformas fueron aprobadas por una mayoría contundente en ambas Cámaras -excepto la fiscal a la que se opuso el PAN-, desató protestas de inconformidad de algunos grupos, en especial contra la energética y la educativa. Se nos dijo que todo estaba alineado para tener muchos años de bienestar.

Pero la realidad ha sido otra: no bajaron sensiblemente los delitos aunque hayan salido de las páginas de los periódicos y el crecimiento económico en vez de subir del 4 al 5% bajó al 2%. Los que «sabían cómo hacerlo» ciertamente incrementaron su fortuna pero no han resuelto los principales problemas del país y menos los que ofrecieron atender primero.

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La actuación de Peña Nieto, y de su equipo, en el Poder Ejecutivo Federal ha sido, por decir lo menos, triste y lastimosa. Malos resultados económicos, resultado de una política económica recaudatoria, aumento de la pobreza y disminución de la clase media como casi antítesis de los resultados ofrecidos en la campaña electoral. Además, al aumentar excesivamente la deuda pública nos recuerda devaluaciones del pasado reciente, y el boato en viajes al extranjero también recuerda excesos del pasado, además de que son una afrenta a la mayoría de los mexicanos.

La corrupción y la impunidad campean en las licitaciones gubernamentales. Pero como el Presidente y sus Secretarios han recibido sin consecuencias alguna una «gratificación » del tamaño de una casa de 70 millones de dólares, no hay quien tenga, dentro del gobierno federal, autoridad moral para exigir honradez y rectitud al resto de la administración. Su comportamiento ha dejado al descubierto las arcas públicas y la incapacidad para exigir calidad moral a los proveedores de bienes y servicios. La cancelación de la licitación del tren rápido a Querétaro levantó muchas dudas en todos, y las licitaciones futuras, incluyendo las del nuevo aeropuerto de la ciudad de México y de la Ronda Uno de los nuevos campos petroleros, despiertan sospechas.

Los sucesos de Tlatlaya y Ayotzinapa marcaron la incapacidad del gobierno para reaccionar ante problemas inesperados. Por minimizarlos, los dejaron crecer hasta que el daño fue irreversible. La capacidad de reacción del gobierno quedó en entredicho, y fue confirmada con la fuga de El Chapo de la prisión modelo. Ha sido incapaz de controlar a muchos gobernadores (por cierto, todos de su partido) que endeudaron de más a sus estados y desviaron apoyos federales. Aunque parece que sí ha controlado la inflación, no ha sido el caso con el tipo de cambio que sigue dejando que el peso se desplome frente a divisas extranjeras. Pero lo más grave es el deterioro del Estado de Derecho que inhibe inversiones productivas en el país.

Mucho de lo anteriormente mencionado atenta contra el bienestar de la población que requiere oportunidades de trabajo para mejorar su nivel de vida. En la primera década de este siglo los mexicanos pudieron mejorar su ingreso a pesar de los magros crecimientos económicos de los 20 años anteriores, pero en la primera parte del presente sexenio bajó el nivel de vida de 2.5 millones de mexicanos, quienes pasaron de ser clase media a estar por debajo de la línea de pobreza.

Quienes decían que sabían gobernar nos han hecho extrañar el sexenio de Felipe Calderón: no han terminado con las matanzas ocasionadas por la lucha entre los narcos, no han disminuido los índices delictivos y los Derechos Humanos han estado más que cuestionados; la economía no ha resurgido, las diferencias entre pobres y ricos se han marcado aún más. Como si no hubiera Presidente en este sexenio.


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