Que se mire en ese espejo…

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Sin duda que hubo millones de norteamericanos que votaron a favor de Biden llevados por el hartazgo producido en los cuatro años de gobierno de un individuo petulante, grosero, siempre vociferando con un lenguaje donde el insulto y la provocación, típicas del camorrista que es Trump, le brotaban en cada gesto y palabra pronunciada. Pero no fue lo único que llevó a los electores a abandonarlo, sino las políticas disfuncionales que implementó nomás por el poder que detentaba. Sin duda que la que encabeza el listado de sus aberraciones es la polarización política a la que empujó a los norteamericanos, la insidia de la división y el enfrentamiento como ingredientes principales del separatismo. ¿Cómo puede semejante mezcla dar fortaleza a una nación? La segunda, su errado manejo de la política internacional. De sobra se sabe la posición de Estados Unidos en el tablero mundial, la influencia que tiene más allá de sus fronteras… pero de eso a romper con acuerdos signados y aferrado a arrasar con el sistema colectivo de seguridad occidental, son palabras mayores. La tercera, que tampoco es peccata minuta, desacreditar una gestión económica caracterizada por el crecimiento continuo que tiene que ver con el bienestar de los gobernados, como son verbi gratia, las mejores cifras en empleos y meter al país en un torbellino de proteccionismo absurdo a punta de enfrentamientos arancelarios. Cualquier experto en economía opinaría que se trata de una política fiscal regresiva, a más de estúpida, porque lo único que genera es incompetencia, ingrediente intrínseco de la ineficiencia. Pero en la que exhibió toda su sordidez es al haberse atrevido a atacar a las instituciones que le han dado solidez a la democracia norteamericana. Grotesco el llamado a sus seguidores a impedir que se llevara a cabo el conteo de votos, pasando por encima del mandato constitucional. Está claro que el hombre goza del apoyo de un número importante de sus compatriotas o no habría llegado a donde llegó. Pero nunca el resentimiento ni el odio han prevalecido por secula seculorum. El populismo autoritario, venga de la derecha o de la izquierda, es veneno para la democracia. Sólo el que no lo quiera ver estará en desacuerdo. Trump ya cosechó lo que sembró.

Reza el viejo adagio que cuando “veas las barbas de tu vecino cortar, pongas las propias a remojar”. Pues aquí en nuestro País ya debiéramos estar desde hace rato preparando por lo menos el agua, porque estamos inmersos en una realidad en la que la manipulación y la injerencia abusiva del Poder Ejecutivo están a la vista, su ensañamiento con la devastación de las instituciones públicas con la complicidad vergonzosa de la mayoría morenista que cobra en San Lázaro y en Paseo de la Reforma, el desprecio manifiesto al estado de derecho, más el amasijo de mentiras y burradas que se han vuelto a fuer de repetirlas, consuetudinarias. Y ya de su llamado a la división entre mexicanos no abono más, porque ha sido parte de mis reflexiones repetidas veces. Lo único que subrayo, como mexicana, es que eso me duele, me insulta y me lastima. También es de señalársele el manejo torpe de la pandemia, porque está sumando más dolor a las familias pudiendo atenuarlo con medidas inteligentes. No hay peor sufrimiento que el que es evitable. Estamos ante una exhibición de improvisación que conlleva males como la ineficiencia, pecado imperdonable ante este virus que mata. Un plan de vacunación, si es que se le puede llamar así, hecho con las extremidades inferiores, por la arrogancia manifiesta de no escuchar a quienes tienen la expertis. Gente que se muere en la calle por falta de atención médica, médicos y personal vinculado que pierde la vida por falta de insumos que los protejan, abusos al por mayor de sabandijas que lucran con la venta del oxígeno. Asimismo, a ver si pergeña aunque sea un poquito de vergüenza y le pone un hasta aquí al manejo electorero de semejante tragedia. ¿Siervos de la nación? ¿Cómo confiar en alguien que repite los mismos patrones de vileza que han condenado a este País tan noble a vivir como si no todos fuéramos personas y tuviéramos los mismos derechos? Pero también dice el refrán que “no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo resista”. A ver si nos sale la casta y empezamos a deshacernos de semejante lastre el próximo 6 de junio.


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