Protestas en el paraíso

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Por: Alejandro Díaz

Suena impensable que en el paraíso hay protestas. En ese lugar idílico para los socialistas -que no viven allá- no debiera haber problema alguno. Pero ahora la población se vuelca para exigir libertad y oportunidades de una vida mejor. Las seis décadas de un gobierno revolucionario vuelve a ser decepción como lo fueron la guerra de independencia contra España y el conflicto callado contra sus vecinos.

La historia del paraíso es una tragicomedia: en 1492 Colón creyó haber encontrado ahí el paraíso terrenal. Pero cuatro siglos de dominio español fueron muy difíciles para los no peninsulares, y un siglo después que la América continental emprendió sus luchas de independencia, Cuba hizo apenas un tímido esfuerzo. Fue la ayuda -aparentemente no solicitada- de los Estados Unidos que la llevó a cambiar de amo. A pesar de que EUA hace más de un siglo ya se decía respetuoso del Estado de derecho y partidario de la libre empresa, le impuso a los cubanos autoridades y legislación. Cuando finalmente dejaron a la isla a su suerte, grupos criminales -la mafia- dominó la escena con ayuda de militares locales hasta que vino la siguiente “liberación”.

El uno de enero de 1959 entró en La Habana la avanzada de la guerrilla libertadora “26 de julio”. La población entera suspiró de alivio, pensando en que por fin llegaría el ansiado paraíso. Pero antes de dos años su líder, Fidel Castro, se decantó por el socialismo y la amistad con la Unión Soviética, fundando en 1965 el Partido Comunista de Cuba. A partir de entonces comenzó la mejoría retórica, es decir sólo en los discursos oficiales, pues la población continuó en graves condiciones de pobreza.

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Pero esas condiciones económicas, aunada a las causadas por la pandemia de COVID, detonaron la más grande serie de protestas desde 1994. La causa entonces fue la desaparición de la Unión Soviética, principal apoyo económico de Cuba. Sin esa ayuda, y sin industria fuerte, se dio escasez de comida y de atención médica. La solución fue permitir negocios privados y dejar salir a miles de descontentos por el puerto de Mariel, dejando a los norteamericanos atender el problema.

Con Fidel Castro muerto y su hermano Raúl en edad avanzada, la retórica ya no es solución. El poder recae en Miguel Díaz-Canel, quien tiene bajo su mando a la Jefatura Suprema de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. No es un viejo luchador de Sierra Maestra sino un burócrata adoctrinado. Ya externó su rechazo a toda manifestación, cerró el internet, promovió el arresto de quienes protestaban y como nuestro inquilino de Palacio, culpó a los neoliberales.

Díaz-Canel se apoyó en el gastado argumento de que el bloqueo de EUA asfixia a Cuba. Recurre a él ahora -60 años después del primer bloqueo- cuando las relaciones económicas de Cuba son principalmente con China (26%), la Unión Europea (23%) y América Latina (10%). El problema del gobierno cubano es que sólo tiene divisas por turismo para pagar importaciones. Por la pandemia ahora no los tiene, como tampoco tiene recursos para darle empleo y atención médica a la población. Está solo. Ya no pueden ayudarle Rusia ni Venezuela. Las reformas económicas de 1994 que permitieron pequeños negocios alivian, pero son insuficientes para sacar a la mayoría de los  cubanos de la pobreza.

México está obligado a ayudar a los cubanos sin permitir violaciones a los Derechos Humanos. Debe ayudar a una transición tersa, libre de violencia, que conduzca a elecciones libres que permitan la autodeterminación del pueblo cubano para que alcance finalmente el paraíso que siempre han buscado sin alcanzar.

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