Poder desperdiciado

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La tentación del poder consiste en creer que todo se puede hacer con los recursos que se ponen a su disposición. Se olvida que los humanos no necesariamente somos obedientes ni respondemos a cualquier instrucción. Esto más serio cuando se tiene la pretensión de cambiar el sistema que nos llevó y nos dio el poder.

Siempre aflorarán resistencias al cambio. La inercia de seguir con lo conocido y vivido es real y las instituciones existentes se fortalecen de los que no quieren abandonar sus posiciones. Toca al gobierno ponerse por encima de estas circunstancias.

Pero la obsesión del cambio está hoy en el aire. Se cuestionan los paradigmas más elementales. La ciudadanía presiona para que se abandonen patrones que se ven como obsoletos. Esto no quiere decir, empero, aflojar el paso respecto a lo que es actual.

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En México tenemos una doble urgencia, la de deshacernos de lo que lastra nuestro desarrollo económico y social, como es la corrupción que ha penetrado todos los países, y a la vez, diseñar y proponer nuevos principios y parámetros que aplicar a nuestra acción futura. Mientras nos esforzamos por mejorar los índices de crecimiento hay que pensar en nuevas maneras de hacer las cosas para no caer en lo mismo que criticamos. Son las dos cosas a la vez.

Por ahora, la acción oficial está dedicada a implementar programas aprobados por el Legislativo que no plantean hondos cambios a las fórmulas torales de nuestra convivencia. No se está buscando, por ejemplo, cambiar el sistema de gobierno pasando al modelo parlamentario, por mucho que pudiera tener ventajas. Tampoco se propone dejar atrás el capitalismo para irnos a un régimen socialista estatal.

La tarea de México es simple: afinar las estructuras que existen, sin modificar los principios inscritos en la Constitución de 1917, para que funcionen mejor.

La Reforma Educativa no propone una redefinición de rumbos nacionales. Los ajustes en las condiciones laborales del magisterio no implican ni remotamente desterrar los principios liberales vigentes para la escuela primaria o secundaria. Se trata de modernizar la organización y calidad del magisterio, mejorar su nivel económico y cultural, tanto en escuelas públicas o privadas.

Dicho esto, las reformas en educación deben juzgarse en la medida que doten al país de jóvenes informados, éticamente bien orientados, patrióticos y convencidos de su responsabilidad social. Nos preocupa, empero, el que la reforma no plantee destruir los elitismos en que la educación ha caído, excluyendo a cientos de miles de aspirantes a educación media y superior, mientras extorsiona a los demás con colegiaturas estratosféricas que la ley tolera. La mercantilización es el signo. Siguiendo el modelo norteamericano, la educación superior se estima no en términos de servicio, sino de inversión que puede “bancarizarse”, y que ha de recuperarse en el posterior ejercicio profesional.

De lo anterior se dice poco o nada pero, en cambio, en el propio terreno de la educación, todo el país está atento a la violencia y atropellos provocados por agravios gremiales azuzados por agendas políticas, que no caracterizan la dimensión real del magisterio constituido por individuos leales y admirables por su ejemplar vocación de servicio, pero que tienen que soportar el peso de miles de asesores y comisionados con plazas duplicadas, triplicadas y hasta heredadas.

El problema educativo provocado por la CNTE representa un escaso porcentaje de un magisterio cuya mayoría es respetado y admirado y que toma los exámenes de evaluación que ofrecen estímulos y recompensas en términos de competencia y desarrollo personal.

Por el sector de la educación corre la suerte de todo el país. Parece que a los encargados de arreglar la cuestión educativa nacional, aunque se dan cuenta de su responsabilidad, se les ve confusos e incapaces, divididas sus tareas en foros burocráticos disímbolos y, sobre todo, faltos de coordinación presidencial.

Así, México está trabado en un conflicto que es dentro del cuadro nacional, sólo una parte, sin duda vital, de la gran tarea nacional que está suelta y flotando.

Mientras tanto, otros países avanzan. Nosotros, parados, con reformas prometedoras en el papel, pero sin implementación satisfactoria.

El poder es para usarse, para los problemas presentes que urgen solución y con miras al futuro. Las resistencias siempre las habrá, pero el país debe saber cómo alcanzar el ritmo de los países que sí avanzan mientras nosotros aún estamos estancados.


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