El valor, el espíritu, la esencia de la Cámara de los Comunes es ser la imagen exacta de los sentimientos de la Nación.
Edmund Burke
Dentro de las muchas asignaturas pendientes de nuestra truncada transición democrática, o nuestro proceso de consolidación democrática, o nuestra frustrada instauración democrática —como se le quiera llamar—, está la de un mejor desempeño de nuestras instituciones. La democracia es un sistema de instituciones, y de su desempeño depende su calidad. En nuestro caso hay una seria falla.
Instituciones y condición humana de quienes las dirigen están entrañablemente imbricadas. No podemos explicarnos su buen desempeño sino a través de hombres que asuman en plenitud su deber. De aquí que cada institución reclame un cierto perfil a ser cubierto por quienes las dirijan. En el caso del parlamentario, hay una larga experiencia que nos indica las características de un buen representante popular.
El Congreso ha sido en realidad un convidado marginal en la historia política de México. Apenas algunos destellos al inicio de nuestra vida independiente o el Constituyente de 1856-57 que, considero, es el de mayor calidad. Todos los historiadores califican aquella generación como de gigantes, sus intervenciones confirman la sólida cultura, el gran conocimiento del país y la plena disposición para asumir deberes. Cómo no recordar los escasos grandes debates que le dieron lo que los teóricos del parlamentarismo denominan principio de centralidad; esto es, la ciudadanía atenta a lo que ahí se discute. Otra función importante es la de control para atemperar el Poder Ejecutivo, para exigir cuentas, para perfeccionar políticas públicas. En materia de leyes, las iniciativas, como sucede en las democracias consolidadas, provienen del Ejecutivo. Las asambleas legitiman y difunden.
El valor fundamental del Congreso es, pues, desentrañar la verdad, desnudar la realidad para mejorar las políticas públicas y para poder conformarla con normas jurídicas pragmáticas.
Al Congreso se le ha agredido y se le ha visto como una instancia para satisfacer demandas de posiciones: prohibir la reelección inmediata en 1933, aumentar a 500 diputados en 1986, ampliar el número de senadores y la asignación obligatoria de cuotas de género. Pero, ¿quién se preocupa de darles calidad a las Cámaras? ¿Por qué los integrantes de las legislaturas recientes y la que se ha de conformar este año no corresponden al perfil parlamentario?
Los partidos políticos por un tiempo usaron las posiciones de representación proporcional para postular a sus mejores cuadros, aquellos que en tribuna defienden sus tesis. Ahora, estas instituciones, más que pensar en la defensa de su doctrina, utilizan esas designaciones para el pago de facturas o como apoyos recíprocos sin importar el perfil del candidato. Es la naturaleza oligárquica de toda organización, según Robert Michels: “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes”.
Nuestra democracia habrá de mejorar en la medida en que se regenere su Poder Legislativo. El ciudadano debe votar con un criterio muy simple y que suena a verdad de Perogrullo: por quien más se aproxime al perfil del cargo. Es difícil ser un buen parlamentario, requiere preparación, conocimiento de la historia, dominio de muchas técnicas, pero sobre todo tener claras las funciones del Poder Legislativo, distorsionadas por la labor de gestoría para evitar que los representantes populares de todos los niveles cumplan su función de contrapeso. Labor estimulada perversamente desde el Ejecutivo.
El 7 de junio, el ciudadano tendrá una abultada boleta electoral con un gran número de opciones. Ojalá en su voto prevalezca el ejercicio de cotejar a cada candidato con las características que cada cargo demanda. Es urgente enaltecer el debate parlamentario.
There is no ads to display, Please add some