Participación ciudadana

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Parece ya perdida la oportunidad de combatir la corrupción en este sexenio, tarea que se debió asumir desde su arranque mismo.

El pueblo tiene que reaccionar  y poner más de su parte.
Fernando del Paso.

Cada vez es más generalizada la convicción de que estamos en uno de los momentos más críticos de la historia de México. Como bien lo escribe Enrique Krauze (Letras Libres, mayo 2016), el desaliento provoca confusión e incertidumbre. Las noticias sobre los procesos electorales son manifestación de una profunda descomposición; en lugar de abundancia de ideas, proliferan las descalificaciones.

En el sistema político anterior, la ciudadanía no estaba informada, la verdad estaba oculta, síntoma claro de autoritarismo. Hoy, más por el avance de la tecnología que por voluntad de nuestros gobernantes, la información es prácticamente instantánea, pero con un problema grave, la impunidad. Aunque la verdad se conoce, no pasa nada, incurriendo en una desvergüenza que en mucho es la causa del desencanto de la población.

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Don Adolfo Ruiz Cortines ponía especial cuidado en que ningún candidato aceptara recursos de un particular para hacer campañas políticas. Se sabía que cualquier aportación no iría a fondo perdido, sino que se cobraría con creces al arribar los beneficiados a los cargos públicos. El Estado financiaba no campañas, sino recorridos triunfales al no haber una verdadera competencia.

Hoy estamos en el peor de los mundos posibles: se desvían recursos gubernamentales a las campañas; se sabe de cuantiosas aportaciones externas, probablemente del crimen organizado; se crean más partidos políticos, pero no mejora nuestra democracia y sigue siendo una asignatura pendiente deslindar con precisión las funciones del partido en el poder y las del gobierno. Desafortunadamente, la figura del Maximato, creada por Plutarco Elías Calles, sigue vigente.

¿Cuál debe ser el deber de un militante? ¿Ser leal a los principios de su partido y, por lo tanto, denunciar lo que a su juicio está mal? ¿Ser sumiso a lo que se le ordene sin cuestionar la consigna? Para ser más explícitos, ¿los miembros del Partido Republicano deben votar por Donald Trump a pesar de no ser el hombre idóneo para la presidencia de Estados Unidos o deben  darle preeminencia al interés nacional, conscientes de que le haría un gran daño a su país?

En nuestro caso, cuando afloran datos sobre las conductas equivocadas de algunos candidatos, ¿debemos votar por quien sea con tal de alcanzar el triunfo? ¿No habría que hacer un esfuerzo y analizar a hombres y mujeres para precisar si encajan en el perfil que exige el puesto en disputa?

Parece ya perdida la oportunidad de combatir la corrupción en este sexenio, tarea que se debió asumir desde su arranque mismo. Aun cuando en fecha próxima se alcancen acuerdos y se apruebe el Sistema Nacional Anticorrupción, no habrá tiempo para instrumentar las reformas correspondientes.

2018 abre una inmensa oportunidad y plantea un gran reto. En la agenda debe inscribirse un debate a fondo sobre temas cruciales: funcionamiento de las instituciones, papel del Poder Legislativo en su función de control y contrapeso, cómo mejorar nuestra precaria cultura política y a los partidos políticos en su compromiso de postular a las mejores personas a los cargos públicos. Los partidos hoy son siglas, franquicias y no escuelas para formar ciudadanos y gobernantes.

En todas las naciones hay manifestaciones claras que exigen nuevos liderazgos con discursos que convenzan. Afortunadamente, por mal que ande la política, siempre surgen líderes que la reivindican y la enaltecen. Requerimos, además, participación ciudadana, único camino que han recorrido las democracias consolidadas para ir mejorando el desempeño de las instituciones y el bienestar de la ciudadanía.


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