Para documentar el pesimismo

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No han sido estas semanas lo más alentadoras. Nuestra especie de zozobra nacional corre un velo oscuro para ver hacia delante. Vivir a saltos entre el horror y la tragedia, ha sido parte de nuestra vida estos días. Asomarse a los medios es como entrar a una película de terror. Pero las cosas siempre se pueden poner peor. Para la decadencia no hay fondo. Y no es que las carnicerías y la demencia del crimen organizado nos sean nuevas, ni tampoco que los partidos encubran políticos vinculados al narco. Simplemente creímos que ya había pasado lo peor y regresó la realidad a darnos una repasada. Para documentar nuestro pesimismo, que mejor que Cioran —el pesimista por excelencia— y algunas de sus frases para este domingo (la mayoría sacadas de Ese maldito yo, ed .Tusquets, y las otras de Cuaderno de Talamanca, ed. Pre-textos).

Es en los paisajes demasiado hermosos en los que uno siente con más fuerza toda su podredumbre y lamenta el cadáver que arrastra consigo.

Era de un trato de lo más agradable: carecía de convicciones.

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Para neutralizar a los envidiosos, deberíamos salir a la calle con muletas. Únicamente el espectáculo de nuestra degradación humaniza algo a nuestros amigos y a nuestros enemigos.

No guardamos rencor a quienes hemos insultado; estamos, por el contrario, dispuestos a reconocerles todos los méritos imaginables. Desgraciadamente, esta generosidad no se halla nunca en el insultado.

Hay algo de charlatán en todo aquel que triunfa, sea en la materia que sea.

Las religiones, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor.

El método más eficaz de hacerse de amigos fieles es felicitarles por sus fracasos.

Las cartas que se reciben y en las que no se habla más que de luchas interiores y de interrogaciones metafísicas, cansan rápidamente. En todo, para lograr la impresión de lo verdadero, se necesita lo mezquino. Si los ángeles se pusieran a escribir, serían, a excepción de los caídos, ilegibles. La pureza es difícilmente comunicable, por incompatible con el aliento.

De todo lo que nos hace sufrir, nada tanto como la decepción nos produce la sensación de que alcanzamos por fin lo verdadero.

Si las relaciones entre los seres humanos son tan difíciles, es porque el ser humano ha sido creado para romperse la cara y no para tener “relaciones”.

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.

La renuncia es la única variedad de acción no envilecedora.

Los únicos acontecimientos importantes de una vida son las rupturas. Ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.

Toda victoria es más o menos una falacia. Solo nos afecta en la superficie, mientras que las derrotas, por muy pequeñas que sean, nos hieren en lo más profundo de nuestro ser, donde procurarán no hacerse olvidar, de manera que, suceda lo que suceda, podemos contar con su compañía.


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