Palabras que matan

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”La violencia verbal es como una paliza que no deja evidencias a la vista”.

Frecuentemente asociamos la violencia con los actos cometidos por el crimen y la delincuencia organizada; sin embargo, es urgente reconocer que ésta es sólo una de las tantas caras de la violencia que hoy enfrentamos.

La cultura de la violencia ha permeado en nuestras vidas como la humedad, incluso sin darnos cuenta. La violencia, en una de las primeras expresiones que más se ha popularizado, es en el lenguaje. De nada sirven los nombres propios cuando muchos jóvenes terminan siendo un “güey” o una “güeya”, cuando en un minuto se han dicho diez palabras altisonantes después de un “hola”.

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Si cada día nos familiarizamos con la violencia verbal, habremos dado el primer paso para escalar a otras clases de violencia.

México ocupa el primer lugar del mundo en acoso escolar o bullying. De acuerdo con especialistas, son casi 19 millones de alumnos en el país los que han sufrido algún tipo de violencia. Una de las consecuencias es que ha aumentado el índice de suicidios de menores en un rango que va de los diez a los 13 años, y uno de cada seis suicidios es consecuencia de ese acoso escolar.

Así, de las palabras que lastiman se pasará a los golpes y a una cadena donde la violencia se va convirtiendo en cotidianidad y también en cultura.

Las redes sociales, cuyas virtudes no están a discusión, juegan también un papel determinante cuando desde el anonimato se crean cadenas de odio, descalificación y desprestigio. El bullying cibernético es una realidad que corre en tiempo real y las agresiones van más allá de los insultos difundiendo toda clase de información, fotografías, fotomontajes, conversaciones, videos, correos y los famosos memes, todo aquello que pueda avergonzar e intimidar a la víctima, quien por lo regular nunca denuncia.

El entretenimiento es parte ya del círculo de la violencia. Algunos videojuegos infantiles hacen ganador a quien resulta más hábil para robar y matar, y recién me enteré que si el asesinado es un adulto mayor, el jugador obtendrá más puntos. La victoria será entonces para quien más muertos y robos haya acumulado en el menor tiempo posible.

Somos violentos cuando somos clasistas. Observar algunas personas tronando los dedos a quién sirve una mesa o tratando de manera peyorativa a quien se cruza en su camino, es una violencia cotidiana e inaceptable, que abona al resentimiento y a esa iniquidad que rebasa lo económico.

Decía Octavio Paz que en México “El significado de las palabras es innumerable… basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe… se puede ser un chingón, un gran chingón [en los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres], un chingaquedito [silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar el mazazo], un chingoncito. Pero la pluralidad de significaciones no impide la idea de agresión en todos sus grados. Cuando algo se rompe decimos ‘se chingó’. El verbo chingar engendra muchas expresiones que hacen de nuestro mundo una selva: hay tigres en los negocios, águilas en las escuelas o en los presidios, leones con los amigos. Y en un mundo de chingones, de relaciones duras, presididas por la violencia y el recelo, todos quieren chingar, las ideas y el trabajo cuentan poco”.

En el mismo texto Octavio Paz afirma que “El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido. Nadie la dice en público… Es una voz que se oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de pudor, de silencio o de hipocresía. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como hierven nuestros sentimientos”.

Si el gran poeta y Premio Nobel de Literatura volviera a nacer, sabría que estas palabras se repiten hoy cientos de miles de veces por mujeres y hombres y que hace ya tiempo se rompió esa prohibición que sólo dejaba espacio para un de vez en cuando.

Hay que negarnos a aceptar la violencia, empezando por la verbal que hoy ya parece normal y hasta graciosa a ratos. Los peores crímenes empezaron por algún sitio y muy probablemente todos ellos han cruzado por la violencia de las palabras que destruyen e incluso pueden llegar a matar.


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