«Odila» (lo bueno, lo malo y lo feo)

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Son tres las lecciones que nos deja ese ciclón:

LO BUENO: Que los gobiernos municipales, estatales y federal, apoyados profesionalmente por científicos y medios de comunicación, alertaron oportunamente a la población del inminente y grave peligro que habría de enfrentar, resultando un saldo que puede llamarse blanco, habida cuenta que los cinco lamentables decesos ocurrieron, según informes, por exceso de confianza de las víctimas.

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Pocos casos habrá, si es que existen, en los que una devastación de tal magnitud causada por la naturaleza no haya cobrado innumerables vidas humanas. Eso es suficiente para agradecer y felicitar a quienes salvaron a tantos, sin olvidar que con frecuencia a los más pobres es a quienes peor les va. Que era el deber de los funcionarios, no hay duda, pero ello no quita mérito y, además, nos permite recordar que “no hay virtud más prominente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”.

LO MALO: Que sigue la costumbre de las autoridades de llevar la ayuda después y tarde. Si eran previsibles, como lo fueron, las consecuencias que produciría la furia de la naturaleza, ¿por qué esperar que se diera la destrucción para llevar alimentos, medicinas y demás provisiones indispensables para socorrer a quienes quedaron atrapados y a los que todo lo perdieron? ¿No habría sido más barato, ágil y oportuno haberlos enviado anticipadamente a centros de acopio, próximos y seguros, bajo el resguardo del Ejército, para su fácil, rápido y ordenado suministro? ¿Por qué iniciar el traslado, lento y costoso, al tornarse intransitables la tierra, el mar y el cielo, de lo que pudo y debió estar disponible oportunamente? De hacerlo bien en el futuro, se mitigarán en gran medida la sed, el hambre, las enfermedades y la desesperación de comunidades enteras.

LO FEO: La rapiña. No me refiero al robo famélico (una vez, sin engaño ni violencia, indispensable para la necesidad personal o familiar del momento) no punible.

Lo repudiable es el saqueo de todo tipo de objetos y mercancías que descaradamente hicieron las turbas. Ese es el México del que hablé aquí la semana pasada: que se duele de la corrupción, pero no duda en aprovecharse de ella. Y para robar no hay, por supuesto, diferencias sociales. Por ello son tan populares: “El que no transa no avanza”; “A mí no me den, nomás pónganme donde hay”; “Preso por mil, preso por mil quinientos”; “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”; “Político pobre, pobre político”; “En el año de Hidalgo chin…. el que no se lleve algo”; “La moral es el árbol que da moras”; y así ad náuseam.

Aceptemos que ante la descomposición social de poco sirven leyes y fuerza pública; que donde muere el civismo florece la barbarie. Aunque algunos se frunzan, el problema SÍ es educativo y cultural.

ADENDUM. Los senadores y dirigentes del PAN ya se habían tardado en reaccionar por el bullying político convertido en ¡madriza! Por fin recordaron el doble reclamo del Maquío Clouthier: “No pisar a otro, pero no dejarse pisar”.


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