Nueva era en América Latina

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El grado en que los latinoamericanos seamos capaces de unirnos en una gran región socioeconómica como la que hace años ha sido una aspiración constante en nuestra historia, mucho de-pende de que logremos vivir en condiciones de paz y libertad. No se puede avanzar si durante años prevalece el conflicto, los peligros y constante zozobra.

Con el acuerdo bilateral y definitivo de desarme y fin de hostilidades firmado por el gobierno colombiano y las FARC esta semana, se impulsa una renovada era de progreso latinoamericano. Llegan a su fin 52 años de violencia y guerra en una fértil región cuya población ha tenido que esperar todo este tiempo para que sean atendidas sus carencias de trabajo y educación.

Esas cinco décadas de guerra intestina cobraron más de 220 mil muertos, un promedio de cuatro mil 400 al año, seis millones de víctimas, incluyendo cuatro mil 500 desaparecidos.

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Durante esos conflictos, los militares colombianos combatieron directamente contra las guerrillas de las FARC que se oponían al gobierno como organización formal, nacional e internacionalmente reconocida.

Los acuerdos de La Habana que ahora se anuncian fueron posibles porque las FARC son una entidad identificable con jefes y representantes acreditados. El acuerdo de desarme que se anunció en La Habana lo firman el gobierno colombiano y la entidad jurídica de las FARC. Ello hizo posible la intermediación de gobiernos como los de Noruega y otros países garantes. En el evento Raúl Castro, presidente cubano, acompañado por los presidentes de México, Brasil, Venezuela, Chile y del secretario general de la ONU fueron testigos de calidad. Nadie duda que los compromisos de ayer se cumplan conforme a las etapas programadas.

En México, por el contrario, los 80 mil muertos que algunos calculan ha costado en los diez años la guerra mexicana contra el narcotráfico se produjeron en un marco diferente. Las diversas mafias que todavía hoy se adueñan de vastas zonas del país operan, no bajo símbolos ideológicos para luchar por objetivos políticos bien claros, como sucedía con las FARC, sino bajo el mando de siniestros capos dedicados al lucrativo tráfico de drogas y personas, al comercio de pornografía infantil y a secuestros y extorsiones de todo tipo. No hay en México organización con que negociar para acabar con la violencia.

Aquí, cualquier número de mafias y bandas criminales, además de extender sus crímenes a toda la República y al extranjero, chocan violentamente entre sí para defender sus intereses y cotos de poder territorial. No hay ideologías en juego. Ningún diálogo ni pacto formal puede ser posible con capos que son simples criminales. Lejos de negociar el papel del gobierno es empeñarse en garantizar la seguridad de personas y pertenencias y actuar por todos los medios de que dispone para imponer orden en las regiones donde las mafias operan.

Un conflicto que sí puede calificarse como político es el que enfrenta el grupo disidente del sindicato de maestros al gobierno. La CNTE se rebela contra la Reforma Educativa, un programa de hondos alcances populares. Los disturbios que provoca son de anarquistas que se lanzan contra las leyes e instituciones democráticas que definen como burgueses y capitalistas.

Tenemos en México una larga historia de conflictos sociales, muchos de ellos expresiones de tesis ideológicas que se presentan como irreductibles buscando virajes profundos en nuestra actividad nacional. La experiencia nos enseña que los cambios en las estructuras y las transformaciones que suponen en los paradigmas que nos rigen, por mucho que sean teórica y académicamente válidos, no se realizan por la mera vía militar. El cambio no se logra por la fuerza.

El prolongado proceso colombiano de pacificación es ejemplo de lo anterior. Los cincuenta años de guerrilla no bastaron, tampoco otros tantos. Las metas revolucionarias por las que mueren miles de valientes acaban en desastre para una parte o en la mesa de negociación después de haberse desgastado en incontables muertes.

América Latina tiene que felicitarse porque en esta semana se ha dado un paso trascendente en la incansable brega por la democracia y la justicia social, y hacia la ansiada integración continental.


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