Sin discutir sobre la validez de llevar la política a la geometría, lo cierto es que en México se sigue hablando de “la izquierda”, “las izquierdas”, “la derecha”, “el centro” y lo que a cada quien se le antoja.
Pues bien, es curioso que para muchos analistas y políticos les parezca sorprendente el resultado electoral de Morena como “fuerza emergente”, así como el “resurgimiento de López Obrador desde sus cenizas” y su “desembarco triunfal en la capital, como cabeza de playa”, frente a la “estrepitosa caída del PRD”, el gran perdedor.
Sin filias ni fobias, considero que esas apreciaciones no corresponden a lo sucedido, y que lo destacable es precisamente lo contrario: que el PRD no terminó como fuerza marginal y simple membrete, dejando atrás su pasado vigoroso y en muchas partes triunfante.
Morena no es “fuerza emergente”, por más que su registro oficial sea reciente; ni López Obrador ha estado “reducido a cenizas”, ni “está de regreso”, por la sencilla razón que no se ha ido, pues desde hace más de una década es candidato presidencial permanente y en campaña, salvo los meses que con la banda presidencial en el pecho se proclamó “presidente legítimo”. Ningún candidato ha tenido, ni tiene, tantos espacios en los medios de comunicación.
Los hechos ciertos, públicos y notorios demuestran que solo fue un divorcio entre el PRD y AMLO; que se disolvió la sociedad conyugal llevándose cada cual sus activos, y resulta natural que al participar separados y confrontados cada uno quedara con la fuerza que siempre había sido exclusivamente suya.
Si tomamos en cuenta que durante muchos años López Obrador fue tótem, amo, señor, ídolo, talismán, efigie, líder, cacique, caudillo, mandamás, manda-todo y deidad en el PRD —que le perdonó hasta el parricidio contra Cuauhtémoc Cárdenas— sin que alguien más tuviera pensamientos ni palabras propios, lo que resulta destacable es que el PRD haya sido capaz de retener una fuerza electoral nacional mayor de la que se “pasó” a Morena.
Si ésta dominó en cinco delegaciones, el PRD retuvo seis, incluyendo Iztapalapa como “joya de la corona”, pues tiene mayor peso que algunos estados de la República; si Morena alcanzó más asambleístas en el DF, el PRD la superó en diputados federales y recuperó la gubernatura de Michoacán.
No nos equivoquemos: de un lado hay líder sin institución, y del otro institución sin líder. Están contrapuestas sus fuerzas y debilidades.
Si la suma de votos del PRD y Morena no superó los que antes obtuvo el primero, es claro que el divorcio favoreció al PAN y al PRI, pues facilitó, en gran medida, que alcanzaran las delegaciones que ahora gobernarán; además de que el PRD y Morena no tienen, por separado, la mayoría que tenían en la asamblea de la ciudad, y quedan mermados y confrontados en la Cámara de Diputados federal y en el país entero.
Pero hay algo que vale para todos: el partido que quiera ganar la Presidencia en 2018 más le vale ir buscando liderazgos externos. Ambiciones, protagonismos y basura les pesan mucho.
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