Inclinarse por las alianzas es darle prioridad a la inmediatez del triunfo electoral y hacer a un lado el deber de gobernar conforme a principios.
A Víctor Trujillo, en estos momentos difíciles.
Andan vendiendo sus principios por las calles sin siquiera pensar en lo más mínimo en ponerlos en práctica.
Vincent van Gogh
La profunda degradación de la política es un hecho percibido por la ciudadanía. No tiene caso reiterar lo ya evidenciado en las diversas encuestas de los últimos tiempos. Las turbulencias y tribulaciones ya no permiten distinguir las propuestas de cada partido político ni qué los distingue.
El año próximo cumplirá cien años La querella de México, texto de Martín Luis Guzmán. Hay un párrafo que no tiene desperdicio:
La vida interna de todos los partidos no es ni mejor ni peor que la proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; como en éstas, vive la misma ambicioncilla ruin, la misma injusticia metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo afán de lucro; en una palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria.
Lo anterior viene al caso porque la Comisión Permanente del PAN (léase Gustavo Madero) autorizó a su actual dirigente, Ricardo Anaya, a negociar alianzas con el PRD rumbo al próximo proceso electoral, una equivocación, desde donde se quiera analizar.
Fui partidario de las alianzas cuando la prioridad era derrotar al partido oficial, pero los gobiernos aliancistas resultaron negativos. No se logró conformar equipos coordinados para gobernar. El gobierno de Gabino Cué ya se considera como el peor en la historia de Oaxaca. De Guerrero, no tiene ni caso comentarlo. En Puebla, Rafael Moreno Valle, desde el inicio, ha avasallado al PAN y ha reprimido al auténtico panismo.
El PRI ha dejado en su trayecto todo vestigio ideológico y el PRD nunca definió una propuesta viable para el país. Acción Nacional, en cambio, puede presumir de la claridad de sus principios y su doctrina; tiene identidad, aunque deteriorada en los últimos tiempos por la distancia entre ideas y conductas. Es decir, no hay congruencia.
Nunca han sido más vigentes las tesis panistas que en los tiempos actuales. Desafortunadamente, el partido está secuestrado por un grupúsculo, que no tan sólo no conoce la historia y la doctrina panistas, sino que carece de autoridad moral para representarla.
Inclinarse por las alianzas es darle prioridad a la inmediatez del triunfo electoral y hacer a un lado el deber de gobernar conforme a principios. El PRD poco le ha aportado al PAN en las distintas contiendas en que han ido juntos, pero es mucho lo que cobra cuando se arriba al poder. Es el caso de Baja California.
La próxima legislatura federal va a ser el preludio de una difícil contienda rumbo al 2018. No tiene caso hacer alianzas sustentadas en simulacros y en falsas promesas para posteriormente desgarrarnos, lo cual sí profundizaría la ya grave descomposición ético-política de los partidos en México.
Los grupos autodenominados de izquierda han tenido una radical, contundente y permanente actitud obstruccionista e inclusive patrocinaron movimientos como el de San Salvador Atenco para dañar a los gobiernos panistas. No se trata de venganzas o cobro de viejas facturas, pero me parece de una enorme miopía política darle oxígeno a un partido que se debate en una grave crisis.
Más que aliarnos con nuestros tradicionales adversarios, la dirigencia nacional debería hacer primero un ejercicio interno para combatir la corrupción, abrirse generosamente como instrumento de la ciudadanía —así fue concebido por Manuel Gómez Morin— e intentar reconciliar, conforme a la doctrina panista, a las corrientes que claramente se han conformado y que seguramente profundizarán sus diferencias hacia el próximo proceso electoral.
Podrían esgrimirse otros argumentos y acudir a reflexiones teóricas. Me remito a una breve y oportuna propuesta de Carlos Castillo Peraza el 20 de noviembre de 1993: “Porque tenemos memoria, apostemos por nosotros mismos”.
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