Ni perdón, ni olvido

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Los mexicanos no queremos perdones presidenciales. Lo que queremos ver es a todos los ladrones del erario público pidiendo perdón desde la cárcel.

Cuando las personas tienen principios, principios de esos que se aprenden en casa y que están cimentados en el ejemplo, no hacen falta disposiciones normativas de carácter obligatorio, leyes, en términos llanos, para que honren la formación que les fue inculcada y se comporten acorde a estos, pero cuando se es un redomado sinvergüenza, con la mano en la cintura, como decía mi madre, se las pasan todas por debajo de las extremidades inferiores, y hasta demandan a quienes les echen en cara sus fechorías. De ese tamaño es el cinismo.

“Perdonar — me subrayaba mi madre – es de almas nobles, de gente grande por dentro.” Y estoy de acuerdo…pero…pero ¿cómo perdonar a quien con su actuación ha provocado el acrecentamiento de la falta de confianza en el gobierno que encabeza? ¿Cómo perdonar a quienes han sido parte del saqueo consuetudinario que sufre nuestro País? ¿Cómo perdonar a quienes han contribuido con creces al fortalecimiento de las nefastas gárgolas que son la corrupción y la impunidad? ¿Cómo perdonar a los que han solapado y protegido a la caterva de pillos de toda laya que se han llenado los bolsillos con dinero que no les pertenece, y no los tocan ni con el pétalo de una rosa?

Entre los pueblos mesoamericanos, verbi gratia el tarasco o purépecha, a los funcionarios que disponían de bienes públicos se les imponían penas muy severas, la de muerte a él y a toda su familia, y se confiscaban todos sus bienes. De modo, que se andaban con pies de plomo. Aquí no les sucede nada, la ley se hizo para los mortales comunes y para los funcionarios públicos que se salen del huacal impuesto por la nomenclatura. Ni escribo nombres, usted los conoce.Me viene a la mente el recuerdo de una entrevista que le hacía un periodista a una de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina —y vaya que allá también saben de canalladas de politicastros — , pidiéndole opinión sobre el perdón vertido por un jerarca de la iglesia que había estado implicado con la dictadura de Videla. La señora contestó con mucha serenidad: “…me parece muy bien, pero que pida perdón desde la cárcel.”

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El primer mandatario de nuestro País, Enrique Peña Nieto, pidió hace unos días perdón por el escándalo de “La Casa Blanca” que adquirió su esposa con los dineros ganados a lo largo de su carrera como actriz mediante compraventa a un contratista del Gobierno, y nada se hubiera sabido si no lo saca a la luz una investigación periodística…o sea…Y el ribete, nombró a un incondicional como titular de la secretaría de la Función Pública, Virgilio Andrade, para que investigara el caso… y la conclusión, bueno usted la conoce…”No hubo conflicto de intereses”. Y además, el flamante investigador, renunció justo cuando se promulgaban las leyes reglamentarias anticorrupción. Sobre esas edificantes bases se generó el acto de contrición del presidente Peña.

Se necesita más, pero mucho más, que una puesta en escena, con todos los reflectores y la parafernalia instituida, para creerle al Presidente su arrepentimiento.

La televisión no es confesionario… ¿por qué hacer de ese perdón un acto mediático? Sus flamantes asesores ¿qué tienen en la cabeza? ¿De verdad piensan que los mexicanos cayeron de hinojos ante semejante falta de respeto a su inteligencia? ¿Estiman que con ese tipo de sainetes el presidente Peña va a crecer en sus niveles de aceptación? Constituye un agravio ese pretendido ánimo de regeneración, hizo más grande la falacia que representan estos años de su administración.

Me llegaron correos en los que entre otras definiciones de la escena del perdón, abundaban “pantomima inaceptable” y “farsa grotesca”.

Y tengo que coincidir cuando veo el pésimo manejo que han hecho sus secretarios de educación —Emilio Chuayfett y ahora Aurelio Nuño— con la reforma educativa, a tal grado que la CNTE se va salir con la suya, por supuesto en detrimento del derecho a la educación de los millones de niños y jóvenes de este país, y a favor de los lideretes sindicales, ni siquiera de los maestros, en que también esto es parte del gran fracaso del gobierno peñista, parte de una pantomima que no produce risa, sino un profundo dolor.

Los mexicanos no queremos perdones presidenciales, queremos acciones que evidencien su compromiso con la población. Lo que queremos ver es a todos los ladrones del erario público – rojos, azules, amarillos – pidiendo perdón desde la cárcel, y confiscado cuanto se robaron. Queremos ver como se aplica la ley a cuantos se enriquecen a costa de la miseria y marginación de millones de mexicanos que solo sobreviven porque Dios es grande. No se trata de una vendetta social, nada más de que paguen como cualquier hijo de vecino sus raterías, y reitero, de todos los colores.

“Estamos ante tamaño deterioro de la vida pública —me dice mi amiga Laurita – que no faltará quien diga que exigir honestidad a los políticos es radicalismo puro”. Pues si así fuera, me confieso radical.


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