Morena y la Amenaza a la Libertad de Prensa

El Surgimiento de Ideas censoras en Morena

En el panorama político mexicano, un fenómeno alarmante está ganando terreno entre los voceros del partido Morena: la propuesta de un mayor control sobre el periodismo. Recientemente, figuras prominentes del movimiento han elevado sus voces para abogar por mecanismos regulatorios que, supuestamente, combatan la «desinformación». Estas iniciativas incluyen la imposición de sanciones a periodistas y medios que difundan lo que ellos califican como «mentiras». Sin embargo, un análisis detallado revela una ironía profunda: el partido, conocido por su uso intensivo de propaganda y narrativas selectivas, parece particularmente sensible a las revelaciones sobre sus propias irregularidades.

El contexto de estas propuestas no es aislado. Morena, que asumió el poder en 2018 con promesas de transparencia y combate a la corrupción, ha enfrentado un escrutinio creciente por parte de la prensa independiente. Reportajes sobre lujos inexplicables de sus líderes —como propiedades de alto valor, vehículos de lujo y gastos excesivos en campañas— han expuesto contradicciones con el discurso austero que el partido promueve. Por ejemplo, investigaciones periodísticas han destapado presuntas irregularidades en el manejo de fondos públicos, contratos opacos y enriquecimientos inexplicables entre funcionarios morenistas. Estas revelaciones no solo cuestionan la integridad del partido, sino que también amenazan su imagen de «transformación» nacional.

¿Por qué les incomoda tanto esta exposición? Desde una perspectiva analítica, la respuesta radica en la dinámica del poder. Morena ha construido su base electoral mediante una maquinaria propagandística altamente efectiva, que incluye redes sociales, mítines masivos y un control narrativo que minimiza críticas. La especialidad de sus propagandistas en la difusión de información sesgada o directamente falsa —como afirmaciones no verificadas sobre logros económicos o minimizaciones de escándalos— choca frontalmente con el rol del periodismo libre de fiscalizar. Cuando los medios revelan intenciones censuristas, como proyectos de ley para regular contenidos en internet o penalizar «fake news» de manera subjetiva, surge una paradoja: el partido que acusa a otros de mentir busca herramientas para silenciar voces disidentes.

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Esta tendencia no es nueva en la historia política. Regímenes populistas a menudo recurren a la regulación mediática para consolidar el control, argumentando la defensa de la «verdad oficial». En México, esto evoca recuerdos de épocas pasadas donde el PRI manipulaba la prensa. Hoy, con Morena en el poder, las propuestas de sanciones podrían traducirse en autocensura, donde periodistas eviten temas sensibles por temor a multas o represalias. Expertos en libertad de expresión, como organizaciones como Artículo 19, han advertido que tales medidas erosionan la democracia, ya que el periodismo no solo informa, sino que equilibra el poder.

La pregunta central persiste: ¿por qué la revelación de irregularidades, lujos o intenciones censuristas genera tal rechazo? Analíticamente, se trata de una estrategia de preservación del poder. Admitir fallos podría deslegitimar el proyecto morenista, que se presenta como incorruptible. En cambio, atacar al mensajero —el periodismo— permite desviar la atención y mantener la cohesión interna. Esto no solo incomoda a Morena, sino que representa un riesgo para la sociedad mexicana, donde la libertad de prensa es un pilar contra la corrupción.

En conclusión, el crecimiento de estas ideas de censura en Morena refleja una tensión entre el ejercicio del poder y la rendición de cuentas. Si no se contrarresta mediante un debate público robusto y defensas institucionales, podría marcar un retroceso en los avances democráticos recientes. Monitorear esta evolución es crucial para entender el futuro de la pluralidad en México.


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