Monarquías, crisis en puerta

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El sensible fallecimiento del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, representa la antesala a un fin de ciclo monárquico que podría desembocar en un tiempo de turbulencias para la Corona Británica, ante el inevitable retiro en el corto plazo de su principal y más respetado referente en la historia contemporánea, la reina Isabel II. jefa de Estado que está por celebrar mañana sus 95 años de edad.

Y es que esta interesante institución monárquica, cuyos orígenes más inmediatos se remontan al siglo XVII, con la fusión de los reinos inglés y escocés, pero encuentra el inicio de su larga trayectoria histórica, cuando menos, desde el siglo IX, ha descansado gran parte de su estabilidad política en la sensatez, disciplina y determinación de la actual monarca, quien ha ejercido el reinado más largo en la historia de esa mancomunidad de naciones, con un periodo que está por alcanzar las siete décadas.

Paradójicamente, las fortalezas de mando de la reina Isabel II pueden ser la puerta de entrada a las amenazas que pongan en tela de juicio a la estabilidad de la Corona Británica. Primero, porque la longevidad de su reinado se acompaña del riesgo de que, en términos de percepción pública, quienes están en la línea de sucesión sean evaluados como poco aptos para reemplazarla. Por algo es que la reina Isabel II ha sido renuente a la cesión total de responsabilidades al príncipe Carlos de Gales, mismo que, a sus 72 años y tras varias polémicas que no se ajustan del todo al protocolo real, sigue sin acceder al trono.

Segundo, porque ningún integrante de la línea de sucesión —al menos en la conversación pública— figura como un recurso humano que haya contribuido a resolver una situación de crisis o momento adverso a esta monarquía, más allá del cumplimiento habitual de sus responsabilidades de representación protocolaria. La solución a las coyunturas que han enfrentado a la Corona con la opinión pública —tanto por valoraciones sobre la pertinencia de su labor institucional, como aquellas provocadas por conductas de la familia real— han recaído en Isabel II. Esta centralidad en la capacidad política, además del tiempo de reinado, motiva mayores dudas sobre los atributos de sus herederos.

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Tercero, la familia real persiste en abrir frentes de crítica en los años más delicados de transición real. Varios de sus integrantes parecen dispuestos a disfrutar de los privilegios asociados a sus títulos nobiliarios, pero no a sujetarse a las reglas más básicas de comportamiento marcadas por el protocolo inglés. Así, a la cadena de escándalos de los príncipes Carlos y Andrés se suma la última generación real con acusaciones de racismo, abuso y diferencias internas ventiladas en medios internacionales. Casos que venían dominando la cobertura mediática sobre la Corona, hasta que fueron sustituidos con motivo del fallecimiento del duque de Edimburgo.

Cuarto, con estos antecedentes de la línea de sucesión al trono, dificulta que el príncipe Carlos o el príncipe Guillermo de Cambridge tengan el margen para emprender una modernización de la Corona, porque sus esfuerzos podrían ser entendidos por los ciudadanos como una mayor adquisición de privilegios para la familia real. Si la reina pudo hacer viable el acuerdo de Perth con el que actualizó a la monarquía mediante, entre otras medidas, dejar de descalificar a católicos como futuros integrantes de la casa real, así como la restricción a mínimos del número de matrimonios que requieren permiso del monarca, fue en gran parte porque la conducta y el desempeño ortodoxo de Isabel II le daba legitimidad para la reforma. Y…

Quinto, la estabilidad futura de la Corona está en entredicho si se recuerda que, por edad, las generaciones jóvenes son, en mayor proporción, contrarias a aceptar la continuidad de la monarquía. De acuerdo con la última encuesta de Statista, mientras sólo uno de cada diez ingleses con 65 años o más apoyan la elección de un jefe de Estado que sustituya al monarca, esta proporción se triplica entre quienes tienen 18 y 24 años. Siendo, además, que sólo cuatro de cada diez jóvenes apoyan la continuidad de la monarquía, lo que muestra la semilla de una sociedad que, tarde o temprano, terminará debatiendo la pertinencia de mantener vigente la casa real.

En esta encrucijada, la casa británica no está sola ni está en el peor de los escenarios. Valga recordar la delicada situación en el reinado de España, con el rey emérito, Juan Carlos I, en el exilio por estar, presuntamente, involucrado en causas del orden penal, así como los continuos escándalos de las infantas Elena y Cristina de Borbón. En sociedades cada vez más polarizadas, las monarquías son el siguiente arreglo institucional en la fila de las crisis.


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