¿De qué sirvió realmente a la sociedad mexicana la última «fiesta de la democracia», tan sucia en su conjunto, tan violenta en algunas regiones y tan costosa en su totalidad? (37 mil millones de pesos, Jorge Alcocer, Aristegui Noticias, 4 de junio.
¿Realmente las urnas fueron la voz del «soberano» que apenas en un 47% acudió a votar y que de esa minoría casi el 5% anuló su voto? Después de la batalla el todo no es muy distinto de lo que era. Lo destacado del ejercicio del pasado 7 de junio fue la acción de las maquinarias partidistas y lo mal que las urnas reflejan un descontento que las encuestas sí registran.
De todas formas, hay elementos para afirmar que ese ejercicio electoral sí modificó algo, aunque no mucho, el panorama político mexicano, pues hubo mucho ruido pero también algunas nueces.
Lo viejo se mantiene
Hay procesos electorales que son disparadores de cambios reales pero este último no lo fue. Elecciones intermedias con significado fueron, por ejemplo, las de 1997, que hicieron perder al viejo presidencialismo autoritario el control de la Cámara de Diputados. En contraste, la elección del 2015 fue, en gran medida, la reafirmación del statu quo. Cambiaron de signo algunos gobiernos locales y aparecieron nuevos actores, pero el corazón del poder político no cambió.
La herencia
La elección del 2015 se desarrolló en un marco de desconfianza. María Amparo Casar en México: anatomía de la corrupción (2015, p. 23) encontró que el 91% de los ciudadanos ven a los partidos políticos como instituciones corruptas ¡y fue de ahí de donde surgió el 99.72% del total de los candidatos! puesto que de los 43,416 ciudadanos que se presentaron al juicio de los electores, únicamente el 0.28% lo hizo como independiente. Por lo que hace al árbitro -el INE-, menos de un tercio de la ciudadanía le tiene confianza (Reforma, 30 de marzo).
Y es que la elección que dio el triunfo a Felipe Calderón en 2006 significó, por la manera en que se llevó a cabo, la ruina prematura del gran esfuerzo que se había hecho en el año 2000 para introducir la confianza en la autenticidad del voto y lograr que las urnas fueran el cauce privilegiado de nuestra pluralidad política. Hace nueve años, el PAN y sus aliados optaron por revivir y hacer propio el espíritu de las viejas elecciones trampeadas; esa herencia se reafirmó en el «año Monex» y ahora.
Catálogo de perversidades
Los atropellos a la letra y al «espíritu de las leyes» en el proceso que acaba de concluir, y del que oficialmente el presidente de la República y el del INE se dicen orgullosos, constituyen todo un catálogo de ilegalidades: distribución de televisores por Sedesol y la SCT y el uso de programas sociales para inducir el voto, el mismo fin tuvieron el apoyo al empleo temporal o el reparto de tarjetas de ayuda para «padres de familia» con hijos en edad escolar. Igual objetivo tuvieron el sacar del aire a un noticiero independiente con amplia audiencia (Aristegui) que la suspensión temporal e ilegal de la evaluación de los docentes para desactivar a maestros disidentes, etcétera.
La joya de una corona infame
En muchas partes se echó mano de la inducción del voto vía despensas, materiales de construcción, fertilizantes, cobijas, electrodomésticos o dinero en efectivo, más campañas de desinformación en las redes sociales. Sin embargo, nadie hizo lo anterior con tanto descaro y con la complicidad de las autoridades electorales como el PVEM o «sector verde del PRI»: propaganda donde y cuando no se debía -desde papel para envolver tortillas hasta espectaculares y pantallas de cine-, vales para medicinas, uso de datos confidenciales para ubicar a electores y obsequiarles «kits» escolares, reparto de lentes o boletos para cines, trato abiertamente favorable en tiempo y contenido en noticieros nacionales de televisión, mensajes por las redes sociales de artistas ligados a las televisoras, etcétera.
El crimen sí paga
En México ser delincuente tiene sentido puesto que la cifra negra de impunidad del delito es del 99.7% (Casar, op. cit., p. 56). El PVEM adoptó plenamente esta lógica, violó la ley y tuvo un pequeño éxito: su votación pasó del 6.44% en 2012 a 7.07% en este año. Su objetivo era sumarse al Panal para darle al PRI y al gobierno el control de la Cámara de Diputados, y no dudó en sacrificar lo poco que quedaba de la credibilidad de las instituciones electorales en aras de esa ínfima ganancia de corto plazo. Ese innoble esfuerzo de los verdes tuvo un costo altísimo para la legitimidad electoral en su conjunto.
Lo nuevo
De los aspectos novedosos y significativos de la elección pasada, destaca la implantación regional de Morena, un partido dispuesto a actuar como oposición de izquierda real, aunque con el 8.4% de la votación su objetivo de llegar a ser la primera fuerza de izquierda requerirá grandes esfuerzos y mucha honestidad. La caída del PRD abrió un espacio de multipartidismo competitivo real en la capital del país. Por otro lado, el triunfo como gobernador de Nuevo León del candidato independiente Jaime Rodríguez abre tanto posibilidades como interrogantes. Rodríguez tiene el respaldo del gran capital de su estado, pero lo importante es saber cómo administrará su gran capital político y hasta qué punto se mantendrá su independencia.
En fin, que esta elección mostró que «Mover a México» en sentido real y positivo es una tarea descomunal y muy lenta.
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