¡Manada de cobardes!

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Hace días la televisión mostró imágenes de algo común y corriente, pero de extrema gravedad. Vimos lo mismo que ocurre en ciudades, pueblos, rancherías y en cualquier parte. Conductas prácticamente cotidianas que casi siempre quedan impunes. Me refiero a lo sucedido afuera de un antro de la colonia Roma, en la Ciudad de México: una pandilla de 11 pelafustanes pateó a dos jóvenes hasta dejarlos mal heridos y, además, les robó sus pertenencias.

Utilizo “pateó”, en vez de referirme a “puntapiés”, porque es de bestias de pezuña patear, y esos hechos son peor que bestiales.

Fue inútil que una acompañante de las víctimas enfrentara a los agresores, pues en varias ocasiones dieron con ella en el pavimento.

Preguntas obligadas: ¿esos infraanimales desearían ser tratados de esa manera? ¿Algún día los acariciaron sus madres, o ni siquiera saben quiénes los parieron? ¿De sus padres aprendieron esa vileza, o sus progenitores viven la peor vergüenza de sus vidas? ¿A qué grado ha llegado la pudrición social que tal escoria aparece a menudo en barrios, fiestas juveniles, estadios deportivos, escuelas y manifestaciones callejeras, sobre todo si es contra policías que no los pueden reprimir so pena de ir a la cárcel “por violar los derechos humanos” de los rufianes y por “criminalizar la protesta social”? El placer más intenso para una manada de cobardes es patear a quien está caído.

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Además, fíjese usted, si autoridades y medios de comunicación dan a conocer rostros o nombres de los cretinos, pueden incurrir en responsabilidad por “violar su presunción de inocencia y exponerlos a la deshonra pública”.

Es conocida la difícil tarea de las instituciones encargadas de la procuración e impartición de justicia. Cuentan con escasísimos recursos materiales, técnicos y humanos; con leyes y procedimientos que parecen diseñados para garantizar la impunidad; y no faltan funcionarios y litigantes corruptos que logran que el dinero sea la última palabra. Por eso estamos así.

Para comprobar la entelequia de estado de derecho que padecemos basta con saber que el auditorio Justo Sierra de la UNAM (declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad) ha sido guarida de vagos y narcotraficantes durante 16 años consecutivos, sin que autoridad alguna lo haya rescatado para maestros y estudiantes. Y si eso sucede ahí ¿cómo habrán de ser las nacientes escuelas y universidades creadas por un partido político (Morena) que escala el poder promoviendo el odio y la división de los mexicanos?

La Procuraduría de la CdMx integra un expediente por las lesiones y robo agravados cometidos en la colonia Roma, pero debemos exigir duras sentencias de los tribunales. México no debe seguir siendo tierra fértil para los violentos, donde a los pacíficos solo les quede padecerlos o hacerse justicia por propia mano.

Por eso es impostergable que las autoridades no tiemblen al aplicar la ley y demuestren que cualquier crimen, sobre todo cometido en pandilla, se castiga severamente.


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