La diplomacia, contrario a la guerra, existe para construir puentes, no para destruirlos. Busca soluciones a través del diálogo, no de la fuerza. Alcanza consensos, dejando fuera los disensos. Comunica sin herir y sin mentir. Y aunque los mexicanos damos una gran importancia a las formas, y en especial el PRI, no deberíamos descuidar el fondo de los mensajes que ofrecemos al mundo y, por supuesto, a nuestra propia gente.
Durante las últimas semanas la Secretaría de Relaciones Exteriores parece optar por comunicar con silencios o con ausencias, con malas decisiones o con mensajes escondidos: en relación a los nuevos embajadores y cónsules generales recientemente nombrados, sólo 10 de los 22 que conforman el paquete son miembros del Servicio Exterior Mexicano. Sólo 6 son mujeres. Hubiera sido mejor ofrecer menos discursos por la equidad de género y demostrar con hechos que las mujeres pueden tener las mismas responsabilidades que los hombres. Al premiar a tres ex funcionarios de la Sagarpa con puestos diplomáticos, parece que los temas agrícolas son mejores cartas credenciales para un puesto en el extranjero que la pertenencia al Servicio Exterior.
A nuestros representantes en el exterior se les trata como objetos desechables: Hoy se culpa a Miguel Basáñez del silencio de México frente a Donald Trump, pero nada se dice sobre las instrucciones que le pedían seguir esa línea de comunicación, dejando claro a nuestros diplomáticos que cualquier día cargarán con la responsabilidad de las decisiones tomadas por sus superiores.
Con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial y el hogar de millones de connacionales, nos comunicamos más a través de la prensa y las campañas mediáticas que con canales formales al más alto nivel posible. No en balde nuestra imagen es carne de cañón electoral.
La campaña de Donald Trump no es la causa de nuestra mala imagen en EU. Trump aprovechó el vacío que nuestro país y nuestro gobierno habían dejado: cuando uno no tiene identidad ni fuerza, cualquier apodo se le puede acomodar. Para la opinión pública estadounidense, México escogió el silencio. Para nuestros connacionales, el abandono. Una tibia reacción ahora dice que México responderá con datos objetivos a Trump, pero olvidan que el xenófobo precandidato no utilizó datos, sino odio y estereotipos. Lo que validó al extremista norteamericano fue el silencio que concedió y abandonó la plaza, sin dar opción para el contraste. Hoy no se trata de reaccionar ante él, sino de posicionar a México y a los mexicanos.
Al negar la solicitud de visita del relator contra la tortura o no pedir prolongar el mandato del GIEI el mensaje es claro: México se despoja de su compromiso con los derechos humanos, preocupándonos de que un mecanismo internacional legítimo evidencie nuestras carencias institucionales y hasta humanas. Se opta por la cerrazón al escrutinio internacional, olvidando que no se trata sólo de evaluar al gobierno federal, sino a la realidad nacional que involucra a muchos más actores con importantes pendientes en esta materia.
Finalmente, la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas de 2016: los presidentes de Colombia, Guatemala y México hicieron un llamado a la ONU para que albergara una conferencia internacional sobre la reforma de las políticas de drogas. México, promotor de esta iniciativa, no tendrá presencia presidencial, desperdiciando un espacio de liderazgo, cooperación e intercambio para buscar soluciones al gravísimo problema de las drogas. No se trata únicamente de la posición del gobierno de México, sino de un fenómeno global en donde nuestro país tiene mucho que decir, pues pagamos con los costos más dolorosos del mercado criminal de las drogas.
Frente al miedo y a la crisis, no hay más remedio que la acción y que la diplomacia inteligente. La que no busca esconderse. La que rescata lo mejor de México y la convierte en imagen que refleja nuestra riqueza, no nuestro dolor.
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