Lección en Grecia

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Votar por el “no”, claramente tuvo más motivaciones sentimentales que racionales.

Cerca de 10 millones de ciudadanos griegos votaron ayer en un singular referendo que consiste en contestar con un “sí” o un “no” a una pregunta: “¿Debe ser aceptado el borrador que presentaron la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en el eurogrupo del 25 de junio…?” y que consta de dos partes que conforman la propuesta unitaria.

Los dos documentos se refieren especialmente a medidas fiscales y a reformas de pensiones que el primer ministro Alexis Tsipras quizás negoció, pero no quiso asumir solo.

La decisión no era sencilla. El “no” tiene como consecuencia casi necesaria abandonar el euro como moneda común con países de la eurozona, con consecuencias francamente imprevisibles. Aunque sea difícil de creer, los griegos podrían estar peor si se salen de la Unión Europea e intentan con su propia moneda. Saben muy bien que la incertidumbre es mayor. ¿Con qué moneda realizarán sus transacciones de ahora en adelante?, ¿un nuevo dracma? ¿y cuál va a ser el valor de conversión? ¿1 euro? ¿50? ¿1,000? ¿y cómo van a pagarse los depósitos bancarios (los pocos que quedan) que fueron realizados en euros? ¿Y cómo se pagarán las deudas? Sólo el tiempo entre la salida del euro y la estabilidad del tipo de cambio de la nueva moneda implicará un severo golpe a la muy deteriorada economía griega, con los ganadores a río revuelto de siempre (generalmente los especuladores) y los perdedores de siempre (jubilados, asalariados, empleados que recibirán su ingreso en la nueva moneda que de poco servirá).

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Votar por el “no”, claramente tuvo más motivaciones sentimentales que racionales. Si el primer ministro estaba empeñado en hacerlo, pudo haberlo hecho por sí mismo, evitando quizás la salida de miles de millones de “euros griegos” (depositados en bancos) hacia otros bancos, es decir, hacia “euros europeos”. Esa salida, esa semana en la incertidumbre, no hizo sino encarecer lo que será un penosísimo proceso para los griegos.

El último caso que vivimos en América Latina de esa dimensión fue a principios de este siglo, cuando Argentina también tuvo que abandonar la famosa “Caja de Convertibilidad” que mantenía una paridad de un peso por un dólar. En ese caso, también los desequilibrios como el aumento irresponsable del déficit público, hicieron estallar la paridad frente al dólar de la moneda usada por los argentinos. Lo que siguió ahí además de las protestas sociales y represión, fue “el corralito” mediante el cual se congelaron las cuentas de los ahorradores hasta desaparecerlas (Grecia empezó su corralito la semana pasada). En unos cuantos meses se volvió un caos político, social y económico.

Desde luego que la decisión no era fácil. Dados los errores de diversos gobiernos de llevar a los griegos a insostenibles déficits públicos, les provocaron una deuda impagable. Eso llevó al referéndum de ayer, en donde los griegos debieron decidir entre lo terrible y … ¡algo peor que eso!

La lección es clara: cuando se pierde la disciplina fiscal, cuando las decisiones económicas se toman únicamente por razones políticas, cuando la irresponsabilidad gana y se toman decisiones que tienen que ver más con las próximas elecciones que con las próximas generaciones, el Estado, más bien, sus ciudadanos de carne y hueso pierden. Se trata desde luego de tomar medidas económicas considerando que se tratan de pueblos, de familias, de jóvenes, de niños y niñas. Una economía humanista no pierde de vista las terribles consecuencias a las que lleva la irresponsabilidad de corto plazo en que incurren los gobiernos. Tarde o temprano gastar más de lo que se tiene de manera permanente lleva a los desastres que estamos contemplando. La demagogia y el populismo ha llevado a las naciones a perder generaciones completas, es el caso de Grecia, y en nuestra América Latina, de Venezuela.

Es claro que el futuro de Grecia es profundamente complicado. Y al final de cuentas, dejarla sola también será un dilema para todos los países. Es probable que se abra una última ronda de negociaciones, quizá la última.


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