El papa Francisco llega a nuestro país provocando todo género de reacciones, desde las de los fieles más convencidos hasta de los contumaces escépticos. Su visita ocasiona expectativas y, en algunos, inquietud. La razón es simple. Hoy por hoy no hay otra figura pública que inspire tal confianza y que, en medio de las turbulencias e incertidumbres que nos rodean, se presente con sencilla sensatez y va revelándose día con día en su desconcertante comportamiento. Cabeza de la denominación religiosa más importante del mundo, Francisco concita unánime respeto. En un muy corto tiempo ha llegado a ser un obligado referente en todos los órdenes de la convivencia mundial.
Ha sorprendido la valentía con que Francisco enfrenta, con medidas disciplinarias, las lacras enquistadas en la Iglesia católica romana en temas tan críticos como los vergonzosos abusos del clero de todos los niveles y el que no ha dudado en exponer a las autoridades fiscales italianas las maniobras fraudulentas de la entidad financiera vaticana y contar los instrumentos de control que hacían falta.
Es natural que haya inquietud en algunos círculos oficiales (siempre laicos) de México por lo que pudiera decir el Papa durante su corta estancia entre nosotros. Estamos hondamente afectados por las diferencias económicas y educativas que dividen a nuestra nación y las incesantes olas de violencia mantienen a comunidades enteras en un clima de terror. Una insaciable corrupción percude a entidades públicas y privadas, saqueando las fuerzas del país.
Son muy significativos los lugares que el papa Francisco personalmente escogió para convivir con nosotros durante su breve estancia. En la Ciudad de México, una de las concentraciones urbanas más grandes del mundo, se resumen los dramas de los miserables asentamientos de cartón al lado del ilimitado lujo y despilfarro de los privilegiados. En la ciudad capital radican los Poderes federales en sus tres niveles, que tanto han dado qué decir por sus incontables episodios de corrupción. Es aquí, sin embargo, donde el Papa visitará la imagen de la Guadalupana y, al hacerlo, reiterará su devoción a la Patrona de las Américas.
En Ecatepec, el hacinado centro industrial, ejemplo de la desordenada aglomeración humana en donde el capitalismo socialmente irresponsable escinde a la sociedad mexicana, es donde el Papa podrá abogar por condiciones de trabajo digno y decoroso.
Será en Chiapas, un estado en el que los jesuitas, al lado de un catolicismo de avanzada, han estado tan cerca de las comunidades locales, donde Francisco seguramente llevará un mensaje de aliento para que se acelere el rescate de la vida indígena, siempre estudiada y siempre relegada por prioridades políticas.
En Ciudad Juárez, donde por décadas con su historia de violencia, de feminicidios sin aclarar y desapariciones ha dejado llagas, Francisco visitará una cárcel de mujeres. La misa que se celebre en esa ciudad fronteriza será ocasión para hablar con los deudos de los estudiantes de Ayotzinapa.
Por otra parte, esa ciudad fronteriza reunirá a fieles de los dos países vecinos que van conformando la comunidad anglolatina que décadas de migración han ido creando.
Aunque el Papa venga con un discurso de paz y concordia, al ritmo del Año Jubilar de la Misericordia que ha decretado, tendrá que aterrizar su mensaje en nuestras realidades.
Hay, afortunadamente, una gran mayoría que lo escuchará con respeto. Los mensajes del Papa estarán dirigidos a todos los mexicanos y no sólo a los que habitan en los lugares que visitará.
El Papa llega a México como jefe religioso y de Estado. Los grandes preparativos en cada lugar que visite demuestran la importancia del Estado vaticano en las relaciones internacionales de hoy. La asistencia del Presidente de la República a la misa que se celebrará en la capital de la República está en consonancia con lo usual en otros países.
Ayer, antes de llegar, el Papa se detuvo en el aeropuerto de La Habana con el fin de encontrarse con la cabeza de la iglesia ortodoxa rusa para, en un propósito de conciliación, unirse a él con un mensaje de paz contra las fuerzas de la violencia que, hasta ahora sin freno, martirizan a millones y amenazan al mundo entero.
En México, sabemos que sus palabras aportarán elementos de fortaleza para vencer la crisis de confianza que todos vivimos.
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