La tragedia de más de 300 desaparecidos en Cd. Cuauhtémoc

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En el municipio de Cuauhtémoc, Chihuahua, hay más de 300 desaparecidos. Según un conteo de Amnistía Internacional, dado a conocer hace una semana, se trata de 351 personas. De acuerdo con los casos que MILENIO encontró en el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad del gobierno federal, se trata de 309 personas.

La mayoría son hombres (286), pero también hay mujeres (23). Representan entre 18.3 y 20.8 por ceinto de todos los casos registrados en Chihuahua (mil 689), según se tome el conteo de AI o del registro.

La de Cuauhtémoc —municipio con 154 mil habitantes— es una tasa elevadísima, la peor del país, de cualquier municipio o estado. Si tomamos los 309 desaparecidos del registro se trata de una tasa de 200 no localizados por cada 100 mil habitantes. Le sigue Mier, Tamaulipas, con una tasa de 128. Chihuahua tiene una tasa de 6.08.

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Se trata de una calamidad que se desató masivamente en 2008 (26 casos, dos al mes, en promedio), aunque hay algunas denuncias previas en 2002 (un caso), 2003 (un caso), 2005 (otro caso) y 2007 (cinco casos). En 2009 hubo 46 casos. En 2010 fueron 49. En 2011hubo 64 denuncias. En 2012 se incrementaron hasta 72 (seis al mes, en promedio). En 2013 cayeron a 9 casos. En 2014 subieron a 22. Y en 2015, solo hasta junio (el registro está siendo depurado), hubo 11 casos. En dos registros (de mujeres) no se especifica la fecha.

El último caso del que tuvo conocimiento MILENIO ocurrió en diciembre pasado, pero como varios hechos de 2015, todavía no aparece en los registros oficiales.

El calvario de los familiares es que, según explican, hasta ahora sus desaparecidos habían sido invisibles, casi nadie hablaba de Cuauhtémoc en la vasta geografía de las desapariciones que hay en el país, donde hay registrados 27 mil 638 casos. En eso coindice AI: los casos habían permanecido prácticamente sin salir a la luz pública, más allá de algunas notas pequeñas en diarios locales o en alguna publicación aislada en un medio nacional. ¿La razón de esa falta de visibilidad? El miedo y las sospechas de colusión de delincuentes con cuerpos policiales, y la negación de los hechos entre algunas autoridades estatales, concuerdan los familiares y los defensores de derechos humanos consultados por MILENIO.

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Tiene los ojos llorosos la señora Gloria, pero contiene las lágrimas. Tiene la mirada cansada, agotada, el semblante demacrado por la desaparición, en 2011, de su hija Brenda Karina, de 22 años. De cuando en cuando mira con semblante de espanto hacia la calle, cada vez que escucha pasar una troca o una pick up policial. Con valentía sacada de quién sabe dónde se sobrepone y dice ante la cámara:

—Aquí sale uno a dos cuadras y ve las trocototas con grupos armados. Y qué hace uno. Si uno no trae ni una resortera. Sigue dos cuadras y lo mismo. Pasa una patrulla, los ve, a los hombres armados, que se están cambiando, que se están poniendo chalecos, pantalones negros, que se están cambiando de uniformes de la policía (se entiende que falsos)… No pasa nada. Nadie hace nada (suspira). Somos una ciudad pequeña. Y la tercera parte de Cuauhtémoc son malos (calcula). Estamos como un gusanito en un hormiguero, hace una mueca que pretende ser de broma, pero que solo consigue trazar angustia en su rostro.

En Cuauhtémoc, municipio agrícola e industrial, famoso por sus manzanas y también por los quesos que elabora la comunidad menonita que reside aquí (20 por ciento de la población total), todo parece transcurrir en calma. Por el día la gente va y viene por las céntricas y frías calles invernales de la cabecera municipal, donde viven más de 130 mil personas. Los enormes campos agrícolas son preparados para la siembra. El corredor industrial está lleno de obreros. Las lujosas casas de los menonitas tienen abiertas sus calles de par en par, sin rejas o muros que las aíslen. En los restaurantes no hay muchas mesas vacías. Por las noches, temprano, no muy tarde, cientos de personas resisten el viento helado y acuden a los partidos de la liga estatal de basquetbol masculino o a los encuentros de la liga municipal de mujeres.

La gente es amable. Todo parece idílico en la superficie. Pero, si uno observa bien, detenidamente, muchas miradas tienen una sombra de desconfianza. Y si uno avanza hacia las colonias populares y se aventura hasta los poblados de las secciones municipales, las cosas cambian: los ojos reflejan miedo. Normal. Ahí aparecen, sigilosas, como bestias a la caza de su presa, esas camionetas, esas trocas de vidrios tintados que tanto hacen temblar a la gente. Ahí se miran en algunas esquinas, en algunos pequeños negocios, los rostros severos de los linieros, esos jóvenes de ademanes retadores y fuscas al cinto apenas cubiertas por las gruesas chamarras. Sí, ahí están, con sus miradas intimidantes, ni más ni menos que los miembros del brazo armado más temido del cártel de Juárez, los insolentes sicarios, halcones, choferes, mulas y demás tropa de La Línea que se la ha rifado a puro balazo con sus enemigos del cártel de Sinaloa, que desde 2010 se atrevieron a invadir sus territorios chihuahuenses.

La impunidad con que hombres armados deambulan por aquí es parte de lo que provocó la congelante ventisca de desaparecidos en la zona: hacen lo que quieren. ¿Alguien les choca un coche? Lo desaparecen. ¿Una joven se niega a salir con ellos? Desaparecen un pariente. Así se establece en los testimonios.

Pero más allá de esa abusiva cotidianidad, la explicación de familiares, organizaciones de derechos humanos, así como autoridades municipales y estatales, atribuye los desaparecidos a varios factores: guerra entre dos cárteles, trata de personas y reclutamiento forzado para siembra, cosecha y transporte de drogas.

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Hortensia es madre de un desaparecido, Jorge Alonso, 32 años. No sabe nada de él desde el 1 de septiembre de 2013. Se trata de un albañil que un sus últimos meses cuidaba a su hijo pequeño para que su esposa trabajara de maestra. También hacía diligencias para un matrimonio que tiene un rancho. Un día fue a una frutería para completar un mandado, una mujer se le acercó, charló con él, luego salió a la calle e hizo una llamada telefónica. Minutos después llegó al lugar un comando, sometió al hombre fortachón, lo tiró al suelo, lo esposó, lo trepó a una camioneta y adiós. Un desaparecido más. Un padre de dos hijos, uno de cinco y otro de diez años. En la cámara de seguridad quedó grabada toda la escena, pero en las indagatorias el video fue editado, supuestamente por un policía ministerial, que al tiempo fue detenido, pero que hace unas horas fue puesto en libertad.

Hortensia, oriunda de Creel, se sienta en una piedra en el mirador de un cerro a cuyo pie se aprecia buena parte de Ciudad Cuauhtémoc. Ahí narra su historia Hortensia llora y llora a cada rato, desconsolada.

—No es porque sea mío, pero es un hijo adorable. Muy amistoso. En el pueblo de Creel toda la gente lo quiere mucho, porque era muy amable con toda la gente, le gusta mucho servirle a la gente. Me dice su niña más grande, ahora que fue a Creel: “Ay, abuelita, he estado soñando mucho a mi papito. Yo creo que mi papito me quiere decir algo….”. Y el niño me pregunta cuándo va a venir su papito. En Navidad se lo encargó a Santaclós que le llevara a su papá…

La mujer llora de nuevo en medio del viento helado que sisea.

—Es horrible lo que vivimos.

—¿Es un dolor como una mutilación, verdad? —digo por decir algo.

—Claro, le quitan a uno un pedazo de su vida —llora otra vez.

—¿Lo sueña?

—Claro que sí, cómo no lo voy a soñar. Pero mi hijo me dice que él regresa, que él ya puede volver, que él ya lo dejaron donde lo tenían. Yo veo llegar a mi hijo a mi casa. Yo digo que mi hijo está vivo, ¡¿por qué no lo buscan?! —resuena el eco de sus palabras y vuelve a llorar. Luego se pone de pie. Mira hacia abajo, minuciosamente, hacia todo Cuauhtémoc, como buscando pasar a su hijo desaparecido.

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En Anáhuac, una colonia o sección municipal de Cuauhtémoc, en los linderos de Ciudad Cuauhtémoc, en una zona pobre hubo una desaparición masiva. Un levantón colectivo. Una familia bebía cervezas, preparaba chuletas y festejaba por la tarde el Día del Padre, cuando uno de sus miembros, Luis, tuvo un altercado con un sujeto apodado El Cholo. Policías municipales intervinieron. Otro familiar, Nemesio, se metió, despojó de la patrulla 414 a un oficial, y la dejó junto a una caseta más adelante. Su bravuconada le iba a costar caro. A las 9:30 de la noche llegó un grupo armado “en 15 camionetas”, irrumpió, y se llevó a ocho de los familiares.

—Llegaron a golpearlos, venían armados con rifles, cuernos de chivo. Los agarraron y los echaron a la camioneta. Andaban golpeando a mi cuñado Nemesio. Yo oí cuando dijeron “dispárale”. Le dispararon. Él dejó de gritar. Lo echaron a la camioneta. Se los llevaron. Me dijeron que no les viera la cara, que me tirara al piso. Se llevaron a ocho: mi papá, mis cuatro hermanos, mi cuñado, mi hijo y un primo hermano —narra sentada en una silla junto a las vías del tren Maribel. Desde el 29 de junio de 2011 no sabe nada de ellos.

Jorge Albino, papá de otro de los desaparecidos, se sienta junto a un fogón en su casa, muestra la foto de su hijo que trabajaba en un banco, y cuenta:

—Imagínese cómo estamos, desesperados, no saber nada de mi hijo. Cuando menos dijera la gente: “Mira, para acá, a este rumbo se fueron”. Una pista, pero la gente no habla, no dice nada, no quiere. Hay gente que sabe para dónde agarraron, o qué hicieron, pero por miedo no hablan, porque hay mucha violencia en este pueblo. Dicen que andan investigando en la fiscalía y que va muy avanzado el caso, pero desde que empezamos es lo mismo. Y dicen que los muchachos andaban mal (que eran criminales), pero no es verdad. Desde un principio pusimos denuncia de que la policía seccional de Anáhuac estaba involucrada, pero dicen que no, niegan todo eso. Muy al principio iban a investigar a los policías, pero resulta que andaban amparados todos y no les hicieron nada. Fuimos a la radio a decir que ya eran tres meses que habían desaparecido, eso dijo mi suegra en la radio, y al otra día llegó el comandante que tenía el caso, Charly Rodríguez, y le dice a mi señora: “Oiga, por qué andan hablando en el radio; no anden hablando, porque entonces sí la vamos a desaparecer”.

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Gloria es la mamá de Brenda Karina, la joven de 22 años desaparecida desde el 9 de julio de 2010 junto con otra amiga. Un día antes habían levantado a tres amigas más de ellas. A Brenda Karina se la llevaron afuera de su propia casa, en una colonia popular de esta ciudad. En la camioneta el grupo armado ya llevaba a su amiga Sonia. Vieron la camioneta, las placas, la marca, e incluso vieron a varios de los sujetos. Pusieron una denuncia. Durante tres años y medio no ocurrió nada. Hasta ese momento se realizó un retrato hablado del perpetrador y se supo que la camioneta había sido robada en Ciudad Juárez.

—Haga de cuenta que un segundo de paz no lo tengo. Trato de ser fuerte por mi mamá, por mis hijos, y no me gusta llorar, más bien tengo coraje para seguir buscándola, porque hasta que no se demuestre lo contrario voy a seguir y voy a seguir buscando. Pienso que por ahí la tienen. Las sacan del estado a las jóvenes. Se las llevan a diferentes partes —dice Gloria.

—Usted siente que está viva —le digo en su casita.

—Pos ya ni sé lo que siento, pero quiero pensar eso. Incluso yo les he acompañado (a los policías ministeriales) a rastreos donde encuentran osamentas, cosas así, (muestra las fotos, parte del expediente, de una fosa clandestina en un arroyo donde hallaron restos humanos, el rancho Dolores). Resulta que nunca se mandaron a analizar esos huesos. Cuando entré al grupo de derechos humanos exigí los exámenes de ADN, y el gobierno César Duarte dijo que no tenían presupuesto. Nosotros les dijimos: “Nosotros pagamos, yo pago el de mi hija”. Y no…

—¿Cómo vive?

—¿Cómo vivo? Aquí arriba hay un parque. Ahí se cambian de trocas (los sicarios). Se cambian de armas, y los que se van a descansar, se van a descansar, y los que se quedan a cuidar, se quedan a cuidar. Pasa una patrulla y nada. Nadie ve nada. Imagínese, cómo viviremos.

Cuando finalmente hubo un retrato hablado de uno de los tipos que levantó a su hija y a las otras jóvenes, la fiscalía investigó, identificó su nombre, cruzó datos y finalmente resultó que el sicario también había sido levantado ya, según una denuncia de su familia. El que desaparecía mujeres fue desaparecido.

¿Cómo se explica lo que ocurre en Cuauhtémoc? Mañana, lo que dicen las autoridades estatales y municipales.


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