La preocupante desigualdad

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Todos sabemos de las diferencias socioeconómicas de México. Entre las pujantes ciudades del norte y los paupérrimos pueblos mixtecos. Entre las zonas residenciales urbanas, los cinturones de miseria y las más remotas áreas rurales. O entre los lujosos condominios y las villas miseria.

Y también sabemos lo difícil que es poder salir de un ambiente mísero para ocupar una mejor posición en la vida.

A pesar de que la desigualdad ha sido considerada como inherente a la condición humana, parece que ésta se acentuara con el transcurso del tiempo. En las sociedades primitivas todos sus integrantes compartían lo poco que tenían hasta que quien conducía al grupo comenzó a marcar las diferencias entre él y los demás, demandando y obteniendo más que los otros. El círculo de privilegiados creció con incondicionales pero también con quienes tuvieron las habilidades -como comerciantes o artesanos-para tener acceso a mejores niveles de vida.

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La demanda de Morelos de moderar la miseria y la opulencia de la sociedad novohispana fue reclamo válido, no sólo para nuestro país y no sólo para su tiempo. Debe ser divisa de todos en cualquier parte del planeta sin distinción y deber moral de los gobernantes el procurarlo al menos a sus gobernados.

Como en tantos ámbitos de la vida, se ha diseñado una forma de medir la desigualdad: el índice de Gini, que desde 1919 es el preferido. De esta manera, Suecia y Eslovenia encabezan con 23 puntos a los países más igualitarios, mientras en el otro extremo Lesotho, Sudáfrica y Botswana tienen una desigualdad de 63. En general, los europeos encabezan los 20 primeros lugares y los países africanos los últimos 20, si bien junto con Haití, Honduras, Colombia, Guatemala, Paraguay, Chile, Panamá, Brasil y Costa Rica. El más igualitario de los países de este continente es Canadá (32 puntos), luego Venezuela (39) y Nicaragua (40).

Si bien México con 48 puntos no está lejos de Estados Unidos (45), ambos estamos muy lejos de una calificación aprobatoria y sus gobiernos deberán trabajar por lograr mejor distribución del ingreso y de la riqueza. Si el crecimiento del Producto Interno Bruto llena las expectativas de los gobernantes, más las debiera llenar la disminución de las diferencias entre pobres y ricos.

Sin que tratar de limitar las ganancias, los gobiernos deben buscar que todo incremento de riqueza personal tenga corresponsabilidad social, con creación de empleos y oportunidades para los demás. Se podrían dar por satisfechos si por cada nuevo millonario en la lista Forbes se crearan miles de nuevos puestos de trabajo bien pagados.


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