La juventud y las elecciones

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Estamos preocupados por la falta de interés de los jóvenes en las elecciones del 2 de junio.

La razón es clara. Por una parte, todas las propuestas de campaña, sin excepción, condenan las realidades de injusticia y la desigualdad que casualmente motivan el deseo de que las cosas cambien.

Es evidente que los jóvenes no van a reaccionar frente a lo especulativo de resultados electorales sólo prometidos. Es necesario que los vivan. Aquí radica el problema. No es fácil que tomen posiciones frente a lo que son meras promesas de vida mejor. Las elecciones suponen tener fe y confianza en los candidatos en lo personal y en que se cumplan los supuestos méritos de los programas postulados. Aquel candidato o candidata cuyos antecedentes no sean de fiar, no merece ser apoyado por el voto que se ejerza.

Lo anterior nos deja en el vacío. No hay porqué esperar que los jóvenes que representan más del 30 millones del electorado, unos condenados a sufrir las inclemencias diarias de las injusticias de que son víctimas y que viven en situaciones desventajosas, no tengan más perspectivas que enfrentar las estrecheces cotidianas, para ellos las promesas políticas resultan totalmente vanas. Mientras que por el contrario, los que están hechos a modelos consumistas ostentoso y falso que sólo atienden el llamado de sus “héroes” que hoy en día son los “influencers”.

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Una sociedad que no atribuye más mérito sino a la superación económica individual, no inspira los valores que son necesarios para mantener la cohesión de la comunidad y promover el mejoramiento de dimensión nacional en el contexto más amplio.

Por otra parte, los jóvenes que viven en situaciones desventajosas no tienen más perspectiva que solventar a diario las escaseces familiares, para ellos las propuestas políticas resultan completamente vanas.

Es inevitable que la coyuntura que el país vive exija a los candidatos, todos sin excepción, el compromiso de usar los instrumentos de la pólitica como medios de mejoramiento de la sociedad y no como la oportunidad de utilizarla como un instrumento de enriquecimiento personal.

La disyuntiva de las elecciones del 2024 es grave y si no se entiende así el momento actual, el fenómeno electoral del 2 de junio no tendrá sentido alguno.

Es difícil superar la inercia que la corrupción arrastra. Décadas enteras que sólo muestran que el que no tranza no avanza. Las recientes grabaciones de los hijos del presidente y de sus amigos, son un doloroso ejemplo de cómo algunos hijos de la clase política y de la élite empresarial tristemente se convierten en el ejemplo más lacerante que dan a la juventud nacional que difícilmente pueden tener interés en la recuperación de los valores nacionales.

La preocupación por el explicable desinterés de la juventud por la actividad política como la vía de superación nacional, no sólo tiene que ver con la ética y la vocación de servicio, sino también en un sentido más prágmático de que México venza el desprestigio en que se encuentra y por el momento parece profundizarse en el crimen, la violencia, el dominio territorial de la delincuencia organizada y la deshonra en que este régimen es visto a nivel internacional.

La renovación que el país requiere depende de que los candidatos muestren con sus antecedentes y comportamiento personal los caminos de la honestidad y eviten con toda su energía de que se perpetúe el engaño y el despilfarro que ha caracterizado los más de cinco años de la lamentable administración de López Obrador y su partido.


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