La guerra sucia

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El título no deja lugar a dudas: las guerras por definición son sucias. ¿Quién va a la guerra pensando en que habrá reglas y normas básicas de caballerosidad?, ¿quién pensaría que se establecerán códigos de ética y que estos se deben seguir al pie de la letra? Al menos en estos tiempos, eso no existe.

Pero también es verdad que ahora mismo no existe una guerra declarada en ningún frente en México, no al menos en el ámbito en el que se puede concebir una guerra.

Hoy los términos se confunden, y lo que está sucediendo en este contexto es que las campañas políticas, algunas y de algunos actores, se han convertido en verdaderos insultos y faltas a la responsabilidad y a la verdad, se han convertido en guerras subterráneas, no sólo sucias, mal intencionadas y sin escrúpulos.

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Con cualquier pretexto, quien así lo quiera, puede denostar, mentir, ensuciar el nombre de alguien porque cree que esa es la forma de lograr mejor posicionamiento o mejor rendimiento para su causa.

La democracia es un sistema de gobierno que se ha construido milenariamente, ha costado vidas, ríos de tinta derramados sobre papel, intensos debates, creación de instituciones, legislación, revoluciones, guerras civiles, estudios y elaboración de teorías, luchas por derechos políticos de hombres y mujeres, creación del ciudadano y partidos políticos, organización de miles de elecciones en todo el planeta, todo con el fin de evitar llegar al poder por la fuerza o el engaño.

Hoy el sistema de partidos tiene acicates muy fuertes, impuestos por la misma democracia y en búsqueda de mayor y mejor participación.

Es ya una consideración generalizada que la democracia es el sistema político menos peor, el más limpio, el régimen de lo público, en el que para llegar al poder se tienen que exhibir las virtudes de los aspirantes, en el que debería ganar quien porte mas valores y tenga más autoridad moral, aunque se cuelan los mas malos, por eso es el menos peor, porque no es perfecto.

Hoy, particularmente el PRI decide en algunos estados de la República, donde existen elecciones a gobernador, utilizar todo lo que tiene en las manos para ensuciar, enlodar y denostar el contrincante.

Pareciera que ese tamaño es el sentir anticipado de su derrota, el no poder exhibir, por carencia, virtudes propias, lo lleva a exhibir su capacidad de engaño a la sociedad, el centro de su debilidad es la ausencia de propuesta y calidad moral para gobernar.

Resulta increíble cómo el PRI continúa haciendo suyas prácticas arcaicas; a través de las décadas ha sido siempre señalado por echar a andar estrategias alejadas del marco de la legalidad; parece que le cuesta trabajo entender que la ley ha sido diseñada y promovida para cumplirla y hacerla cumplir. 

Correcto sería, por ejemplo, que la autoridad competente investigara y castigara a los responsables, la sociedad y sobre todo la democracia lo vería como signo de cambio, ese que algunos no quieren dejar avanzar.

Ya es tiempo y son otros tiempos, para que el PRI se asuma a la altura de las circunstancias que requiere el país y se conduzca con total apego a la legalidad y el respeto al electorado, es tiempo de que entienda la democracia.


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