La gran confusión

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Este esfuerzo civil, ciudadano, a favor de la familia, de la educación de los hijos y del matrimonio, así como los ataques (sí, ataques) de los gobiernistas, del lobby gay, y de muchos que no entienden lo que se está defendiendo o que si lo entienden no les gusta, han creado una gran confusión entre la gente.

Mientras unos hablan de derechos, de respeto a las instituciones, los otros agreden, insultan, ¡mienten! Claman por derechos que NO existen, y descalifican lo que no entienden. Los primeros son cientos de miles que se han expresado en las calles y los segundos son unos pocos, pero muy vociferantes, que por falta de argumentos se vuelven muy agresivos y despectivos.

En los medios de comunicación, entre las líneas editoriales, las de la nota, la foto, el video y el comentario, hay también una gran confusión, y lamentablemente, mucha debilidad de carácter para informar lo que se ve “políticamente incorrecto”; tienen miedo al poder presidencial y su conocida sed de venganza para los que no se les someten.

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Y entre los comentaristas, conductores de noticieros y de mesas de discusión, y los “creadores de opinión pública”, cuyas opiniones impactan a sus lectores y escuchas, sucede lo mismo. Algunos columnistas dicen lo que piensan, a veces informados y muchas otras no informados, algunos se guían por sus valores y otros por sus motivaciones. Peor aún, algunos están perdidos por su falta de cultura en derechos humanos y transmiten su personal confusión a su audiencia, intentando figurar en la discusión. Se enfrentan los defensores de las instituciones, tratando de hacer reflexionar a la gente y otros más bien se empeñan en desinformar y distorsionar la verdad de los hechos.

Entre los resultados de esta gran confusión, hay unos que son de esperar: quienes están bien conscientes de su debida defensa de derechos y aquellos que defienden antivalores, toman posiciones conocidas, esperadas.

Pero hay muchos, aún bien intencionados, y son preocupantemente demasiados, que aunque piensan que están del lado “bueno”, se dejan influir por los vociferantes que propalan mentiras sobre los conceptos de matrimonio, familia, sexualidad y educación. Y por eso defienden a los pobrecitos homosexuales, cuyos (inexistentes) derechos les son conculcados, negados. Desprecian lo grave de la tal ideología de género, no les inquieta.

Hay una preocupante confusión entre los conceptos de valor trascendente y la modernización, que aceptan que como “el mundo está cambiando”, pues hay que aceptar esos cambios, resignarse y adaptarse. Es algo muy grave. No quieren reflexionar sobre esta falsedad, al parecer les da pereza pensar, y darse cuenta de algo muy importante y es que no todo cambio es progreso, que hay cambios de avanzada (como acabar la esclavitud) y cambios de retroceso (como justificar el aborto).

Esta gran confusión requiere de un gran, enorme esfuerzo de toma de conciencia, de aprendizaje de los temas en discusión, de orientación, en fin de comunicación. De comunicación formal en medios y redes sociales, pero también en la comunicación boca a boca, esa de la plática de familia y de conversaciones de café, y de la academia, la escuela, y del sermón. Es crítica la orientación en las redes sociales, en donde se dicen tantas tonterías y aberraciones culturales, mentiras e insultos, así como verdades y valores humanos, y pequeñas lecciones de principios de Derecho.

La gran confusión requiere de mucha información, tanto de lo que se discute como del cómo se discute y de las estrategias perversas del lobby gay. Se necesita mucha reflexión, organización, prudencia… ¡astucia!  Ah, y oportunidad, a veces inmediatez. Todo esto para poder convencer a la gente de dónde está la verdad y dónde la mentira. Es viejo conocimiento que las personas se niegan a cambiar sus posiciones y puntos de vista cuando creen que eso les humilla, el reconocer que se equivocaron. Para eso hay que ser amables y convincentes.

Pero ante esta enorme confusión, que no se acabará pero puede y debe disminuirse, y que supera las capacidades humanas, hay que recurrir a lo más poderoso, lo que puede alumbrar la mente y llegar al corazón de las personas: la oración. Es el recurso más grandioso: oremos.


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