La Cumbre de Panamá: Cuba, Venezuela y… China

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La VII Cumbre de las Américas, que esta semana se celebra en Panamá, tiene por lema “Prosperidad con Equidad, Desafío de Cooperación de las Américas”. La agenda que guiará las conversaciones de los 35 jefes de Estado y de Gobierno se compone de ocho asuntos prioritarios algunos de mucha actualidad como: ecología, terrorismo, desigualdad y desarrollo equilibrado. Pero lo que ha arrasado la atención mundial es la asistencia al evento de los presidentes de Estados Unidos y de Cuba con la probable normalización de las  relaciones diplomáticas entre esos dos países.

El asunto no es sencillo.  La reanudación de relaciones requiere, ante todo, la aprobación del Congreso estadunidense para sacar a Cuba de la lista de países que propician terrorismo. Un segundo asunto senatorial sería el de crear embajadas. Cuba, a su vez, reclama a Estados Unidos los daños ocasionados por el bloqueo que ha sufrido por más de 50 años.

Muchos dicen que la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos es lo más prioritario para el continente. El que esta reunión sirva de  escenario para el histórico reencauzamiento fortalecerá el estatus político de las cumbres hemisféricas donde están representados 800 millones de habitantes que en conjunto crecerán 2.5% este año.

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El actual conflicto interno en Venezuela altera la armonía de la familia latinoamericana. Destrozar la democracia en ese país no sólo impide al mismo socialismo bolivariano lograr justicia social sino subraya la urgencia de encontrar fórmulas y políticas prácticas para enfrentar los grandes retos actuales y futuros. 

Justamente la Cumbre de las Américas, al lado de las muchas otras reuniones internacionales, tiene ese propósito. Hay una proliferación de alianzas, foros, consejos,  convenios, convenciones y de asociaciones regionales de todo tipo que confirman la necesidad de cooperación internacional para dar a las comunidades los niveles de educación, seguridad y bienestar que merecen. 

Los países y las organizaciones multinacionales que cuentan con medios económicos, técnicos o culturales ofrecen su apoyo a los países menos avanzados. Es cuantioso la ayudad que extienden los países europeos, Estados Unidos y Rusia. También hay programas interregionales entre los países en desarrollo. A todos ellos se suma la colaboración que China proporciona a los africanos, asiáticos y latinoamericanos.

Ninguna ayuda es totalmente desinteresada. A nadie escapa la gran avidez que el dragón asiático muestra por hacerse de materias primas para soportar su producción industrial.  Con su impresionante poder financiero,  respalda en América Latina vastas obras de infraestructura como canales interoceánicos, ferrocarriles  y carreteras.  El asunto no termina ahí.

Tal y como experimentamos aquí la inevitable influencia estadunidense en nuestros patrones de vida y convivencia, se extenderá de manera similar entre nosotros el correspondiente fenómeno chino. Miles de mexicanos y latinoamericanos ya aprenden el mandarín, no tanto por afición, sino por acceder a intercambios técnicos y futuras operaciones comerciales.

China es el tercer inversionista en América Latina. Promete destinar 25 mil millones de dólares en los próximos 10 años para contribuir a nuestras infraestructuras que, evidentemente, son parte de sus estrategias de hegemonía global.  Según la CEPAL 72% de sus inversiones en nuestra región de 42 mil millones de dólares, ya está en Brasil y Perú. Actualmente hay más de 70 empresas chinas operando en México.

La presencia china es una realidad para los planes de desarrollo latinoamericanos  en lo económico y en lo social. Los mandatarios reunidos en Panamá quizá la mencionen.  Dilucidar qué receta de crecimiento es la mejor, si la estadunidense o la china, es otro tema. Como ya lo dijo Mao Tse Tung: el mejor  gato es el que caza más ratones.


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