Tenemos entonces una masa amorfa difícil de entender ideológicamente (lo que no significa que el PAN o el PRI estén mejor), pero con poder electoral definido.
La elección del PRD el domingo pasado deja varios puntos que se resolverán más adelante, pero que ya dan materia para análisis. Es innegable que el perredismo es la fuerza electoral con más peso que ha tenido la izquierda en México.
Recordemos que el perredismo tuvo su repunte con personajes llegados del PRI. La izquierda que había luchado por décadas se vio invadida por quienes se salían del priismo detrás de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Cuando la candidatura de Cárdenas repunta, la oferta de candidaturas para quienes ya no tenían espacio en el revolucionario se multiplicó geométricamente y de la misma manera aquello se pobló de priistas.
Cárdenas, Muñoz Ledo, López Obrador, Cota Montaño, varios de los dirigentes y líderes del perredismo era priistas de décadas. Rosario Robles hizo el camino a la inversa: izquierdista que llegó a ser líder del PRD para terminar en el PRI. En los estados las cosas son muy similares. Jesús Zambrano es una excepción: hombre de izquierda de toda la vida —fue guerrillero, mientras otros de sus compañeros ocupaban cargos de importancia en el priismo de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo—, ha ocupado la presidencia de ese partido los últimos años.
Tenemos entonces una masa amorfa difícil de entender ideológicamente (lo que no significa que el PAN o el PRI estén mejor), pero con poder electoral definido. Es claro que el PRD cuenta en el Distrito Federal con una base muy importante de votación. En realidad responden a los esquemas de voto corporativo que diseñó y usó el PRI en la ciudad durante muchos años y que terminaron ingresando a las filas del perredismo. El PRD capitalino tiene en sus filas a taxistas, pepenadores, vendedores ambulantes, líderes callejeros, porros estudiantiles, maestros, manifestantes profesionales, golpeadores y casi cualquier cosas que se quiera imaginar. Nada que ver con la izquierda progresista que, dicen algunos, se presenta ahora como guía del perredismo. Ese tipo de grupos no tardarán en ser el enemigo del sol azteca.
Es evidente que los gobiernos capitalinos se han desgastado. Es muy probable que ya desde las próximas elecciones, el PRD comience a perder votos en la capital. Y muy probablemente sea el priismo el que recupere esos votos perdidos, ya que el PAN lleva años extraviado en una lucha que parece de jefes de grupo de la prepa más que de personas con ganas de hacer política en una de las urbes más grandes del mundo.
Pero el reto, la competencia inmediata del PRD, no es el PRI, mucho menos el PAN, sino una criatura que salió de sus mismísimas entrañas: Andrés Manuel López Obrador. Dicen que no hay peor enemigo que el que estuvo en casa, ni guerra más cruenta que las civiles y pleitos más violentos que los que se dan entre familia. Parece que será el caso.
Paradojas de la vida, Andrés Manuel acabó haciendo un tremendo favor al priismo al hacer un partido que compite, directamente, contra el perredismo. De esa manera el PRI podrá dedicarse, casi exclusivamente, a desbaratar al PAN (para lo que cuenta con la invaluable ayuda de los propios panistas). Así que la competencia del perredismo se deberá centrar también en hacer una diferenciación clara de su proyecto y el de AMLO. Posiblemente en ciertos círculos de opinión les crean que son una opción “progresista”, sobre todo si se le compara con la del Peje, pero es indiscutible que la “bandera de los pobres” la trae Andrés Manuel, y no parece fácil que se la vayan a quitar.
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