Guerra sucia electoral: indignidad y represalias

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Hay quienes siguen pensando que en la guerra y en el amor todo se vale, incluyendo las luchas políticas. Por ello, les parece más que normal hacer las llamadas guerras sucias, aunque no les den o reconozcan esa denominación en las campañas políticas. Simplemente “se vale todo”… “todos” lo hacen (?).

Los insultos, las burlas, el ridiculizar al otro, lo ven como… algo normal. La denostación, la injuria, la difamación, la calumnia, la mentira en general, son también válidos para esa gente. Pero no, ¡no se vale! Es indigno de un partido humanista.

Hay que contemplar dos aspectos de la guerra sucia: el que refleja qué clase de personas somos, qué tanto somos congruentes con nuestra insistencia en la dignidad de la persona humana y el trato respetuoso entre contendientes políticos, por una parte. Por la otra, es que si nos parece bien agredir irrespetuosa y difamatoriamente al contrario, debemos esperar que éste haga lo propio contra nosotros.

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La guerra sucia tiene muchas desventajas. Una de ellas, muy importante, es que distrae la atención de lo relevante. Si se trata de ganar votos, se debe convencer al electorado de que nuestra propuesta, nuestra plataforma política, nuestro plan de gobierno, nuestros candidatos, son los mejores. Pero si distraemos al ciudadano que vota con el escarnio, la majadería y la mentira sobre el contrincante, nuestro verdadero mensaje político-electoral se nulifica.

¿Cómo se pierden millones de votos con el escarnio de la guerra sucia? El gran ejemplo es la elección federal de 2006, cuando al candidato que iba al frente de la preferencia electoral, López Obrador, se le ocurre burlarse del presidente Fox diciéndole y repitiéndole su “¡cállate chachalaca!”. Le pareció muy divertido, pero le costó muchos votos que se fueron para Felipe Calderón. Los ciudadanos podían favorecer o no a Vicente Fox, pero finalmente era el presidente y de alguna forma siempre se había respetado la institución presidencial (aunque ese respeto se hubiera perdido en mucho).

Volviendo a las propuestas, el vaivén de insultos y mentiras sobre los candidatos hace que se pierda la atención a lo distintivo, lo relevante, el por qué del voto por nosotros y no por los demás. Esto porque si los partidarios de un candidato agreden al contrario, lo mismo será recibido de allá para acá.

No se trata de en campaña “atacar” al contrario, como piensan algunos asesores políticos, y que además se especializan en ello. Buscan fallas y pecados, no sólo en su actividad política sino en toda su vida. Los golpeadores profesionales de la política indagan en qué pueden perjudicar al otro candidato a como dé lugar, y para ello buscan y rebuscan información potencialmente perjudicial de su familia, sus amigos, sus colaboradores y quien sea que esté o haya estado cerca de él.

Si un hermano del otro candidato tuvo algún proceso penal (aunque haya resultado absuelto), lo presentarán al electorado como un gran escándalo que descalifica al candidato. Echar lodo sobre una reputación invita a recibir exactamente lo mismo de regreso.

Y por supuesto que el daño a la reputación, a la honra de una persona siempre deja alguna duda, aunque se demuestre su falsedad. Mucha gente opina bajo el principio, consciente o no, de que “si el río suena, agua lleva”. “Miente, miente, que algo queda”, era una de las divisas políticas del gran ministro de propaganda nazi, Hermann Göring. Tenía razón.

Las guerras sucias no solamente afectan a los partidos políticos, a sus dirigentes y a sus candidatos, sino también a los comunicadores de prensa, radio y televisión que los apoyan. Para descalificar su trabajo, se les ataca de la misma manera que a los candidatos, con injurias, difamaciones y denuncias, ciertas o no, contra ellos, sus familias y sus colaboradores.

Aún hay más, si un comunicador apoya al contrincante, se conspira para que sea silenciado por la empresa en donde trabaja y si es posible que lo echen a la calle y, todavía más, que lo “quemen” en su mercado de trabajo. Un caso patético es el de Pedro Ferriz de Con, quien se había expresado muy mal del gobernador y luego candidato presidencial Peña Nieto: hicieron públicas conversaciones ilegalmente intervenidas que terminaron por sacarlo del medio periodístico.

Pero si no se valen todas estas cosas y tengo información relevante sobre el candidato opositor, ¿qué debo hacer? Hay que hacer una distinción importante de conceptos. Lo que sí se vale es la DENUNCIA mediática de hechos y dichos del contrario, siempre y cuando sean ciertos y verificables, y además relevantes para el cargo al que aspira. La diferencia entre la denuncia y la difamación es muy grande, cuando se tiene interés en diferenciarlas.

Un concepto que vale la pena aclarar es “descalificación”. ¿Qué es descalificar? Estrictamente es demostrar que una persona no está calificada para algo, como para ejercer un cargo público, ejecutivo o legislativo, por ejemplo. Descalificar no es un pecado, es realmente demostrar algo. Por ejemplo, si la trayectoria de un personaje público no incluye experiencia ejecutiva, eso se puede alegar para convencer al electorado de que no es la persona adecuada para ser presidente municipal o gobernador.

Un caso de no calificación ejecutiva, fue el de la gran deportista mexicana Ana Gabriela Guevara, que méritos deportivos aparte, no tenía ninguna calificación para ser jefe delegacional en Miguel Hidalgo. ¿Qué hizo su partido sabiéndola no calificada? Presentar su candidatura con un equipo de “asesores” que le dirían cómo gobernar esa delegación política. Perdió.

Sin duda que el término “descalificación” está devaluado, ya que se le ha identificado como ataque injustificado. Lo es así popularmente: ¡no se valen las descalificaciones! dicen. Pero entonces se debe cuidar el uso del término, sobre todo cuando se aplica a la opinión vertida de un candidato opositor.

En resumen, la guerra sucia, en sus diversos niveles de gravedad, no es aceptable, es indigna de un partido político que se precia de respetar la dignidad de la persona humana. Hay que ser congruente, no se puede ser humanista y actuar inhumanamente. No se puede humillar, denostar, ridiculizar al oponente, sin que se suponga que eso vendrá de regreso.

De hecho, las guerras sucias se hacen no sólo en tiempos de campaña, sino en la vida política del país, para destruir la imagen y reputación de un partido político. Así, se denigran las actividades generales de ese partido, las de gobierno en donde tienen el poder ejecutivo y en su vida legislativa.

¿Qué hacer ante los ataques de lodo sobre nuestro partido, nuestra dirigencia y nuestros candidatos? Responder con guante blanco; hacer patente al electorado la campaña indigna en contra nuestra y denunciar, demostrar que la propuesta, el candidato y el partido contrario no tiene la calificación para el cargo, que mienten y que nuestra propuesta-candidato es la mejor. Hay que llevar la lucha de campañas al terreno debido electoralmente: el de las propuestas de gobierno y legislación, y los mejores candidatos.


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