Federalismo de caricatura

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Llevamos 200 años discutiendo lo que corresponde a autoridades estatales y municipales y lo que le toca a las autoridades federales, eso que llamamos federalismo en los hechos demuestra que pese a diversos esfuerzos, no hemos logrado el andamiaje institucional ni los incentivos correctos para un auténtico federalismo.

Porque somos muy federalistas cuando se trata de gastar los recursos presupuestales, que justo provienen de la recaudación de impuestos a nivel federal, pero cero federalistas para cobrar impuestos prediales con efectividad y eficacia… eso no es popular.

Muy federalistas para operar políticamente con diversos sectores agremiados, pero cero federalistas cuando se trata de solventar demandas locales, que en muchos de los casos han sido infladas por intereses políticos de los gobiernos estatales en turno.

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Muy federalistas para reclamar autonomía pero cero federalistas para rendir cuentas.

Muy federalistas para administrar recursos como los del seguro popular o renglones sustantivos en materia educativa, pero cero federalistas para responder a la Auditoría Superior de la Federación, o en el mejor de los casos, responder apenas o el mínimo indispensable.

Muy federalistas para contratar deudas municipales y estatales pero cero federalistas para hacer frente a sus pagos, pues para eso está el gobierno federal, para “salvar” a otros en casos de emergencia.

Muy federalistas para manejar algunos congresos locales e incluso sobornar a quienes se dejan y tienen precio, pero cero federalistas para empujar reformas que atenten contra sus poderes virreinales.

Muy federalistas para en la práctica tolerar que sus maestros no sean evaluados, pero cero federalistas para hacer cumplir la ley.

Muy federalistas para solicitar la presencia de las Fuerzas Armadas, pero en muchos casos cero federalistas para capacitar, depurar y fortalecer sus cuerpos policiacos.

En algunos casos ya ni hablar de federalismo, sino de auténticas dictaduras y caciques estatales o municipales, en donde gobernar se ha convertido en sinónimo de controlar, castigar a quienes piensan y se atreven a opinar distinto. Dictaduras que contravienen a diario las bases mínimas y elementales de un sistema democrático.

Sería injusto generalizar y colocar a todos en este cajón, pero sería también ingenuo y poco responsable seguir ignorando esta realidad que prevalece en un buen número de territorios en nuestro país.

Hace algunos años, Carlos Medina convocó a un coloquio para discutir si vivíamos en México un auténtico federalismo o una simulación del mismo. Desde entonces a la fecha los hechos demuestran que hemos retrocedido.

Hoy tenemos algunos estados con niveles de deuda impensables y también impagables por generaciones. Hoy tenemos agrupaciones que siendo minoría terminan por imponer caprichos y demandas injustas porque en sus estados han encontrado complicidad y complacencia.

Estamos peor porque hay quienes presumen fortunas inmensas con cero consecuencias legales.

No vivimos un auténtico federalismo que distribuya correctamente atribuciones y obligaciones, sino una mezcla de incentivos perversos y caros. Vivimos una muy costosa descentralización de recursos con escasa rendición de cuentas; vivimos sistemas autoritarios y cacicazgos en lo local pero con reclamos federalistas y democráticos al cruzar sus fronteras.

Las reformas recientemente aprobadas sólo darán fruto en un sistema auténticamente federalista. No hay sistema fiscal que aguante tantas demandas, caprichos y desórdenes locales. El hartazgo ciudadano recientemente manifestado en las urnas es un reclamo para dar fin a esta discrecionalidad sin consecuencias.

Si un propósito exige trabajo, dedicación y esfuerzo conjuntos, es justamente construir las bases para un auténtico federalismo. Mientras seamos tan centralistas como convenga a intereses particulares o de grupo y seamos tan federalistas como convenga a otros, la ciudadanía seguirá perdiendo y México también.


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