Estado de derecho

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1974

En nuestro país, la falla central para consolidar nuestro sistema políticoes el respeto a la ley. Mientras exista un México real y uno legal veo muy difícil el avance.

Una especulativa ignorancia es nuestro bien común.
Jorge Luis Borges.

Aprecio y admiro a Enrique Krauze. Desde que leí Caudillos Culturales de la Revolución Mexicana —que me permitió conocer más a Manuel Gómez Morin—, lo he seguido leyendo.

El pasado domingo escribió que nuestra transición ha fracasado por la falta de más libertad y más democracia. Si bien coincido, señalaría que, previo a esas dos asignaturas pendientes, está la de fortalecer el Estado de derecho. Toda nación democrática y con economía de mercado observa rigurosamente una sólida normatividad. En nuestro caso, la falla central para consolidar nuestro sistema político es el respeto a la ley. Mientras exista un México real y uno legal veo muy difícil el avance.

Lo peor de todo es que en los años recientes se han generado malas leyes y a destiempo. ¡Cuánto tiempo tardó para hacerse la reforma en materia de energía! ¡Por cuántos años venimos discutiendo reformas en materia de derechos humanos! ¡Cómo es posible que no se logren acuerdos para darle forma jurídica al Sistema Nacional Anticorrupción! Desde ahora, me atrevo a pronosticar que la Constitución de la Ciudad de México será más pequeña que el ratón parido por los montes, según la fábula de Esopo.

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Ahora se aprueba un Código de Ética en la Cámara de Diputados, lo cual constituye un auténtico oxímoron, una ética codificada es desconfiable. Desde los primeros estudios de Introducción al Derecho se distinguen las normas jurídicas de las morales y las de convencionalismo social. Las leyes son bilaterales, conceden derechos y señalan obligaciones. Si una norma contiene una sanción, se incorpora al ámbito jurídico; en el caso de la ética, el castigo proviene de la conciencia. En Inglaterra, cuna del Parlamento, existe un Decálogo de Principios de la Vida Pública y cada político los interpreta y aplica.

Desde luego, ética, política y derecho son materias con límites horadados y tienen una gran conexión. Sin embargo, el principio ético por antonomasia es el pensamiento kantiano de buscar que tu máxima tenga validez universal, su fin es la perfección personal mediante el ejercicio de virtudes. El principio de la política es hacer a otros lo que nos gustaría que nos hicieran. Esto es, tender puentes de solidaridad y de convivencia armónica. El principio jurídico es no hacer a los otros lo que no nos gustaría que nos hicieran. Es decir, generar las mínimas condiciones que permitan la estabilidad, el orden y la paz.

Ética, política y derecho se complementan y regulan, en diferentes niveles, la conducta humana. Si estas ideas no están claras, se cometen errores de gran magnitud, lo cual provoca confusión y una consecuente incertidumbre, justo el síntoma más claro de crisis.

Al derecho hay que tocarlo con delicadeza. El relajamiento del orden jurídico, tanto en su conformación como en su observancia, daña mucho al país. Todos los días vemos a titulares de distintas dependencias firmar convenios o acuerdos para cumplir la ley, cuando esa obligación parte expresamente desde la protesta al asumir un cargo.

La más importante función del Poder Legislativo —hoy más que nunca— es la de ser contrapeso del Poder Ejecutivo y controlar su ejercicio. Ése es su primigenio deber: transparencia, rendición de cuentas, perfeccionamiento de las políticas públicas.

Las asambleas no sirven para hacer normas, sino para perfeccionarlas, legitimarlas y difundirlas mediante el debate razonado y documentado. Basta asomarnos a la cantidad de leyes generadas en las últimas legislaturas y de instituciones creadas para confirmar que el verdadero mal de México es su débil Estado de derecho.


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