Elecciones de guerra

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El presidente nos ha tendido a los mexicanos una trampa. Vamos a ejercer el derecho al voto en campo minado. Desde que se sentó en el silla presidencial ha preparado el camino para que su partido retenga el poder. Su intromisión electoral ha sido la crónica de una celada.

Lo han denunciado quienes lo conocen. A López Obrador sólo le interesan los votos. Ni el empleo, la educación o la salud son su prioridad. Ha invertido la mayor parte de los recursos de la nación en la compra de conciencias y voluntades. La columna vertebral de su agenda pública  es  electoral. Primero los votos, más nunca los pobres.

El presidente lleva 30 meses con 22 mil horas aproximadamente dedicado a construir el andamiaje de una gran estafa electoral. Todos los días ha puesto ante nuestros ojos cada parte de una estrategia fraudulenta sin que nos hayamos dado cuenta.

Saborea la venganza.  Acusa con frecuencia a Fox y a Calderón de haberle robado la presidencia, así que ahora siente tener toda la autoridad moral para bajar a los bajos fondos y atornillarse en el poder al costo que sea.

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Con alevosía y un claro propósito de cooptación armó su plan: becas para los jóvenes, pensión para los adultos mayores, dinero para los agricultores. Sacó la billetera de nación para “echar al carrito” los votos que necesita para consolidar su proyecto autocrático.

Más todavía. Armó un paquete de reformas para regresar a las partidas secretas y quedarse con el dinero de los fideicomisos. López Obrador asegura haber ahorrado 1.5 billones de pesos en los dos primeros años de su gobierno sin que nadie sepa dónde están. Los candidatos de la oposición participaron en la contienda más inequitativa de todos los tiempos. Fueron a competir con los billones de pesos que repartió el gobierno a su masa electoral para tratar de imponer los resultados.

Esta ha sido la elección de Estado mejor planeada y más perversa de todos los tiempos. Su discurso intervencionista en las “mañaneras” no solo responde a la naturaleza de un merolico, sino a un plan perfectamente orquestado. Paralelamente a la dispersión de dinero puso en marcha la propaganda para debilitar la credibilidad del INE y del tribunal electoral.

A esa andanada se debe añadir la persecución contra el gobernador de Tamaulipas, las acusaciones contra los candidatos de oposición en Nuevo león,  el intento de “cantar” fraude si su partido pierde la elección y su interés por ser el centro de la elección para catapultar a sus candidatos.

Pero, el lado más oscuro en esta elección ha sido la participación consentida del crimen organizado. Estos han sido los comicios más violentos del México contemporáneo no solo por el número, sino por la facilidad con que fueron asesinados , secuestrados y amenazados decenas de candidatos.

No solo el presidente ha intervenido para imponer en la urna su decisión, también ha “salido a votar” el narcotráfico y lo ha hecho sin que el gobierno federal mueva un solo dedo. Con ese “dejar hacer” se permite que los grupos delincuenciales sigan controlando el 43 por ciento del territorio nacional al que se refirió el ex embajador Christopher Landau.

México llega así a unas elecciones de guerra. Los ciudadanos votaremos en territorio tomado por dos bandos que no son precisamente contrarios. Por un lado, está el gobierno de un autócrata que se apoderó desde hace dos años y medio de la elección y por el otro, el crimen organizado que aspira a tener cada vez mayor control político.

En Palacio Nacional hay un dinamitero de la democracia. El 6 de junio estaremos ante una elección de Estado y una elección “narco”. La ciudadanía podrá utilizar, esta vez, el voto para expresarse. Después, después, quién sabe.


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